El susurro de la lluvia

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Todo, lo que se sueña puede terminar en una pesadilla, se repetía mientras el caminaba cabizbajo una vez más, bajo el intenso ruido que la tempestad provocaba al caer al su alrededor, se detiene al lado de un pequeño quiosco y compra un cigarrillo, aquel que tanta calma le da, paga indiferente ante la mano que extiende para cobrar el dinero. Inmediatamente sigue su camino, maldiciendo el clima que le acompaña y su mala fortuna, puesto que definitivamente sintió que ese no era su día desde que se levantó de su cama. Para empezar, se despertó tarde, esa noche se había ido la luz por la intensa lluvia provocando que su reloj de mesa no sonase, molesto pero aun con un poco de tiempo sigue y planea su día en la cabeza mientras baja a tomar su auto del estacionamiento donde lo dejo, el cotilleo de sus vecinas en la entrada del edificio le enerva, distraído cruza la calle y llega al estacionamiento donde luego de un breve vistazo encuentra su auto, sube, y este no enciende, golpea el volate frustrado, ¡Muévete! ¡Maldita basura!, iracundo mira el panel, la batería se había agotado anoche porque olvido la luz encendida al salir, furioso sale corriendo, con menos tiempo aun, llega a la parada toma un bus, que apestaba a lo más recóndito del averno; pescado, perfume barato, un mal coctel para su olfato, olores que desde hace tiempo no percibía, el sudor de un personaje gordo, que mugriento se balanceaba junto a él en los frenones que daba la sardinera móvil, para más incomodidad, el tiempo para llegar se le había agotado y aún estaba a 3 paradas de su trabajo. Por fin llega a su trabajo donde sentía que por fin podía dejar de ser él y convertirse en un robot sin alma. Llega a su cubículo, su "pequeño paraíso", al sentarse inmediatamente suena el teléfono, aun un poco molesto por lo sucedido en la mañana contesta, era su jefe que berreaba enardecido, aquel malnacido que había heredado la empresa de su padre, quien siempre tubo lo que quiso, que de quien sentía gran repulsión debido a su obesico aspecto, lo llamaba a su oficina, esto no le gustaba para nada, porque podía ser dos posibilidades, o para presumirle algo que ha comprado de una manera muy sutil o era para quejarse de su desempeño, pero ¿porque quejarse?, si cuando el padre de este mandaba en la empresa, él siempre era felicitado por su desempeño. En fin, se dirige a la oficina del individuo, con falsa cortesía lo saluda, y el jefe exclama, ¡Pues bien señor, se nota su desgano por el trabajo verdad, que falta de seriedad!, ¿No se supone que usted era el empleado favorito de mi padre?, -bueno, para que me ha llamado, tengo mucho por hacer-, el momento se torna tenso, con una mirada de desprecio dice, pues mire resulta que mi padre lo ha solicitado que lo vaya a ver hoy, luego del trabajo, no se para que sea, pero tenga mucho cuidado con lo que vaya a decir, porque le puede costar el trabajo, además, ahora que lo pienso, el viejo anda delirando, termina esta frase con una estúpida sonrisa que hace notar sus mejillas grasosas rosas sin pizca de gracia, ordena que se retire sin antes mencionar que se le descontará el tiempo de su retraso.

Vuelve con la intriga de saber para que su ex jefe lo solicitaría, además, él hace tres años que había salido de la empresa, talvez se dio cuenta que la empresa ha decrecido, y que el inepto de su hijo deba salir, porque a pesar de que abandonó la presidencia, el seguía siendo accionista mayoritario. Dejó estos pensamientos de lado y siguió trabajando. Entre el montón de hojas que tenía que revisar noto algo extraño, un raro color rojo que había manchado el borde de una hoja, precisamente el balance de ese trimestre de la empresa, pensó que debía ser talvez un poco del esmalte de su compañera, aquella típica secretaria voluptuosa, rubia, de la sonrisa encantadora y el cerebro vacío, si, la misma que se acostaba con la bola de manteca que tenía por jefe, y que no dudaba al sonreírle a la esposa del mismo cuando llegaba de visita.

Prosiguió, y él se repetía así mismo que en ese cubículo de dos por dos metros era feliz y que solo allí conseguía sentirse en paz, entre números y resúmenes que debía pasar en su computador. Llego la hora del almuerzo, el tomando en cuenta el tiempo que le tomaría llegar hasta la casa de su ex jefe, piensa que será mejor, continuar para salir antes, inesperadamente, llega un hombre, elegante, con una larga gabardina gris, con un sombrero negro, de esos que ya no se ven, unos lentes un tanto oscuros y unos guantes de cuero, todo un tipo de esos que se describen en los libros, de esos que siempre resultan ser el asesino en las obras, pero a diferencia de estos el entra con una sonrisa amable a la oficina donde yacía el obeso, cosa extraña se decía a sí mismo mientras volvía su atención a las hojas. De repente se escucha unos cuantos gritos provenir de la oficina, y el gordo sale a toda marcha de la misma perseguido por el sujeto de la gabardina gris, salen del piso, y nuestro protagonista va hacia la copiadora, cercana a la ventana del edificio y mira al hombre de la gabardina, pero al llegar a la calle se detiene y decide volver. Acaba de copiarse las hojas y gira para volver hacia su paraíso, cuando de forma intempestiva lo ve, lo ve a pocos centímetros de él, su rostro luce diferente más rojo, quizás por el cansancio, quizás por su edad, y dice - disculpa, ¿tu trabajas para el gordo que acaba de salir corriendo?, un poco fastidiado, responde que sí, y este entre una tos que hace retumbar los tímpanos, le dice, cuando vuelva llama a este número, apuesto que tú también odias a ese desgraciado. Y se marchó, sin decir mas, meditabundo luego de ese encuentro tan raro y la escena incoherente, recuerda que aun tiene que terminar el dia para salir al encuentro importante que tenia con su anterior jefe.

El Alma oculta de los AndesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora