Ursoc y Ursol.

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Todos los druidas de Azeroth conocen el legado de Ursoc. Como uno de los grandes dioses
salvajes, desafió a la Legión Ardiente hace diez mil años y se sacrificó valientemente por su
mundo.
Fue un verdadero guardián. Creía en el poder de la naturaleza y jamás dudo un instante en saltar
a defenderla.
Ahora podrá descansar. Otros tendrán que proseguir con su tarea.

Hace muchos milenios, dos curiosos oseznos vagaban juntos por las Colinas Pardas. Estos
hermanos, Ursoc y Ursol, gozaban de más curiosidad que juicio y solían acabar traspasando los
dominios de depredadores más grandes. El peligro no los desalentaba y nunca dejaban que el
otro se quedara atrás, aun bajo circunstancias temibles.
Ambos llamaron la atención de la guardiana Freya, que viajaba por Azeroth en busca de animales
salvajes de excepción. Freya se dio cuenta de su potencial y supo ver en qué se convertirían.
Al madurar, se hicieron más fuertes y grandes que cualquier otro oso de las Colinas Pardas y no
sufrieron los estragos de la edad.
Ursoc y Ursol llegaron a ser reconocidos como dioses salvajes.

El don más inusual que la guardiana Freya concedió a los dos osos quizás fuese la capacidad de
hablar. Otros dioses salvajes, sobre todo los que luego se conocerían como los Augustos
Celestiales, también recibieron este don, pero, mientras que estos fueron escogidos por su
inteligencia, los osos fueron elegidos por su tozudez y gallardía.
Freya pensaba que Ursoc y Ursol cambiarían algún día. Cuando los dos osos hubieran recorrido
Azeroth lo bastante como para saciar su curiosidad, sentirían el impulso de protegerla ante
cualquier amenaza potencial.
Los conocía bien. Ursoc, el mayor de los dos osos, se caracterizaba por su intenso afán protector.
Cuanto más recorría los bosques de Azeroth, más responsable se sentía de protegerlos.

La guardiana Freya observó que los instintos de los dioses salvajes maduraban con los años y
comprendió que algunos eran los guardianes naturales de sus dominios. Comenzó a confeccionar unas armas únicas para estas criaturas, objetos que las ayudarían en tiempos
difíciles... no obstante, el potencial de estos artefactos solo sería comparable con el de sus
portadores. Solo elevarían sus prestaciones con la práctica, el entrenamiento y la superación
personal.
Algunos dioses salvajes no supieron gestionar el regalo de Freya e hicieron un mal uso de sus
armas. Ursoc no fue uno de ellos.
Freya le dio a Ursoc unas garras nuevas, fabricadas con un extraño material llamado acero de
titanes e imbuidas con una pequeña dosis de la esencia de Eonar, uno de los titanes. Estas garras
tenían la capacidad de aumentar de longitud y eran casi indestructibles.
Ursoc no tenía intención alguna de que se deterioraran y se dedicó a dominar todo su poder.

Cuando Ursoc recibió sus garras nuevas, entrenó sin descanso. No había día en que no recorriera
grandes distancias y pusiera a prueba su fuerza con su hermano. Pasaron los años y se hizo más
fuerte. Mucho más fuerte. Ursol también recibió un regalo: un bastón para canalizar la magia
que no tardaría en dominar.
Mientras que las garras de acero de titanes de Ursoc se convirtieron en una extensión de su
cuerpo, Ursol alcanzó la maestría en la manipulación de las corrientes de esencia mágica.
Juntos se convirtieron en los dioses salvajes más poderosos que existían... y pronto serían
reconocidos como los defensores más acérrimos de Azeroth.

Finalmente, Ursoc y Ursol acompañaron a la guardiana Freya en sus viajes por Azeroth. Ella les
confió que percibía la actividad de fuerzas oscuras y ellos se aseguraron de mantenerla a salvo.
Mientras viajaban con ella, avistaron los primeros destellos del Sueño Esmeralda, reino que
Freya había creado para encauzar la vida natural de Azeroth. Pasaron todo el tiempo que
pudieron en aquella naturaleza virgen, atraídos por el entorno vibrante y próspero del Sueño.
Un día, Freya pidió viajar sola. Tanto Ursoc como a Ursol aquello les sonó a despedida. Antes de
partir, les ofreció nuevos conocimientos sobre sus armas y demás dones y les advirtió que
permanecieran alerta. "Azeroth os necesitará. El mundo correrá un grave peligro si no os
preparáis", dijo.
Los dioses salvajes jamás volvieron a verla. La oscuridad que se había instalado en la mente del
guardián Loken había corrompido también la suya.

Hace diez mil años, Azeroth se vio en el punto de mira de una amenaza sin igual. Después de
corromper a miembros importantes de la civilización élfica junto al Pozo de la Eternidad, la
Legión Ardiente lo invadió y descargó sobre él toda su furia y poder. El primer druida, Malfurion,
solicitó la ayuda de los dioses salvajes para luchar contra las hordas demoníacas.
Ursoc y Ursol fueron los dos primeros en responder. Se lanzaron a la batalla contra la guardia
apocalíptica de la Legión, iniciándose así la guerra entre las fieras de Azeroth y el ejército
corrupto de un titán caído.

Era una lucha desesperada con escasas posibilidades de éxito. Ambos hermanos se mostraron
firmes desde el primer momento y permanecieron en el combate incluso cuando la Legión
Ardiente desató toda su furia.
Lucharon hasta el último aliento.

Muchos dioses salvajes perecieron en la guerra contra la Legión. Ursol y Ursoc permanecieron
juntos luchando codo con codo y se sirvieron de los dones de Freya para acabar con las oleadas
de enemigos demoníacos. No obstante, su fuerza era limitada. Una marea infinita de
acechadores viles acabó por sobrepasarlos y ambos murieron en la batalla. Sus espíritus viajaron
juntos al Sueño Esmeralda, donde permanecieron durante milenios.
Solo se conservaron las garras de Ursoc en el mundo físico. Un joven fúrbolg encontró estas
garras de acero de titanes en otro campo de batalla. Al reconocer a su dueño original, se las llevó
a su tribu.
Allí, fueron adoradas por los fúrbolgs durante generaciones como símbolo de su dios oso Ursoc.

Pocos fúrbolgs tenían el coraje de intentar llevar las garras de Ursoc en combate. Cada vez que
esto sucedía, los resultados eran catastróficos. Ursoc había invertido infinidad de años en
controlar su poder y dominar su potencial. En manos de un mortal sin preparación, inspiraban
una incontrolable sed de sangre que atacaba a los amigos con tanta facilidad como a los
enemigos.
Tras cierto número de intentos, las garras dejaron de causar efecto alguno en los fúrbolgs. Poco
importaba qué rituales llevaran a cabo. El poder de las garras parecía haber entrado en una fase
de letargo.
Desde su puesto de guardia en el Sueño Esmeralda, el espíritu de Ursoc ya había visto suficiente.
La tribu fúrbolg no se mostraba capaz de controlar su poder, así que lo eliminó de las garras.
Solo alguien digno sería capaz de restablecerlo.
Finalmente, algunos miembros de los Druidas de la Zarpa llevaron el artefacto forjado con acero
de titanes a Ursoc, al Sueño Esmeralda.

Ni siquiera la muerte mitigó los deseos de Ursoc de proteger Azeroth. Junto a Ursol, caminó por
el Sueño Esmeralda en busca de signos de corrupción u oscuridad que hubiesen enraizado en
sus dominios.
El reciente regreso de la Pesadilla Esmeralda captó su atención. Ursoc luchó contra Xavius, señor
de los sátiros y peón de las fuerzas del mal, en un intento de erradicar la influencia de la
Pesadilla.
Por segunda vez, Ursoc realizó el sacrificio supremo en defensa de Azeroth.

Ursoc ya puede descansar. Su hermano Ursol continúa con su guardia en el Sueño Esmeralda en
la lucha contra la Pesadilla.

Las garras de Ursoc dejaron de pertenecer a los dioses salvajes y pasaron a aquellos que
pudieran perpetuar su trabajo. Solo alguien con un espíritu guardián tan decidido como el suyo
podría portarlas en la batalla.
Pobre de aquel que haya de enfrentarse a una criatura tan entregada como él.

Dioses salvaje. |Blizzard Entertainment|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora