II. Dolor

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II.

"Igual que la serpiente deja su piel, el viajero deja todo atrás. La libertad es sacrificio. La vida está teñida de dolor. El viajero acepta esta verdad y sabe que, como todo, el dolor también es pasajero. No deja que éste temple su determinación, ni se hace esclavo o temeroso del mismo. En la senda de la vida el dolor estará en nosotros y con nosotros."

                                                                                                                                                  «El Credo del Viajero»


La niña sin nombre cierra sus ojos y entona la canción que su abuela tenía para los difuntos. No entiende las palabras, pero pone su corazón en cada una de ellas.

Los hombres son breves,

como notas al viento.

De ellos no quedan ni sus nombres.

Sus vidas son un suspiro de los dioses...

¿Y si los dioses son los sueños de los hombres?

Si me fuera dado el don de la eternidad,

si pudiera vivir

como viven los dioses...

Ha perdido cuenta de los días. La sed y el hambre nublan sus sentidos. Sabe, por lo que alcanza a escuchar, que todavía quedan algunos niños y mujeres con vida. El vaivén del carromato acompasa su llanto y toses. Tiene las manos y piernas atadas con una cuerda. Frente a ella está sentada una mujer, su rostro cuarteado por el dolor y el cansancio. En su regazo hay un atado de tela, con un bebé que mira al mundo con ojos muertos.

No puede terminar la canción. No sabe si canta para el niño, para la mujer o para sí misma.

**

... sordos al tiempo y su compás.

Si tuviera días en esta tierra,

como estrellas en el cielo

Todos los daría, todos los daría

Por volver a verte una vez más.

La niña sin nombre no sabe por qué la voz de su abuela se quiebra un poco cuando entona esa canción. Sospecha que no es la sed. Pese a que el sol ha sido inmisericorde en los últimos meses, aún quedan raciones y varios cántaros con agua. Son el tesoro de su gente. No queda mucho con qué negociar. Los bordados son cada vez menos coloridos, casi como si se tiñesen con la tristeza de las mujeres. No hay mucho que cazar, hasta las serpientes se rehúsan a salir de sus escondites. Su mundo se deshace en esperar al regreso de los hombres y el fin de la guerra.

Hace dos lunas los ancianos se reunieron a debatir el destino de la tribu. Toda esa noche las familias guardaron vigilia. No hubo ni canto, ni música, ni conversación alguna. Todos se refugiaron en la oscuridad, al abrigo del silencio y la espera. Los brazos de su abuela la cobijan, pero esa noche no encuentra historias. La niña sin nombre escucha la discusión que ocurre a susurros entre su madre y su abuela. No entiende todo, pero algunas palabras resuenan con más fuerza que otras. Hambre. Soldados. Oportunidad. Mercenarios. Huir. Guerra.

– Si nos quedamos aquí, seremos carne para los buitres.

– No hay otra opción. Aquí debemos esperar.

– Es de necios querer crecer flores en el desierto. Aquí sólo esperaremos a la muerte.

– Que Los Seis no te escuchen... - escupe su madre con incredulidad.

Flores del desiertoWhere stories live. Discover now