IV. Hambre

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Texto: Berenice Gutiérrez

Edición: Fernando Cantú 


"I am more terrible than armies,

I am more feared than the cannon.

Kings and chancellors give commands;

I give no command to any;

But I am listened to more than kings

And more than passionate orators.

I unswear words, and undo deeds.

Naked things know me.

I am first and last to be felt of the living.

I am Hunger."

–Robert Laurence Binyo

El mercenario mira el firmamento sin estrellas y se pregunta cuántas jornadas le restan a su viaje. Siente un cansancio y fastidio desusados. Las labores de transportista y guardaespaldas no le sientan bien. El camino cenagoso y el carromato sólo empeoran las cosas. Los animales son fuertes, pero están cansados, igual que ellos y las trece mujeres a las que están escoltando. Estas esclavas, imagina, no tendrán como destino la Guerra o los juegos de alguna arena, sino algo más banal.

Aquí, como en el campo de batalla, la fuerza está en los números y en la velocidad; en su actual estado, él y sus hombres carecen de ambas. Los miembros de la Lluvia Silenciosa se saben vulnerables a cualquier asalto. Sin embargo, han sido días tranquilos. Cinco mercenarios partieron de Karrnath, pero la muerte de Terael les ha quitado un par de manos hábiles. El recuerdo aún está fresco en las mentes de los elfos. A su lado, las mujeres guardan silencio. Los observan con admiración y recelo. Ocupan sus horas con las labores que el viaje les proporciona: preparar el campamento, cuidar de los animales y alimentar el fuego por la noche. A Laucian le repugna la docilidad con la que se conducen, como ovejas al matadero. En sus miradas no hay brío: sólo mansedumbre. Algunas incluso procuran el lecho de sus compañeros en encuentros furtivos pero imposibles de ignorar para cualquiera que esté despierto.

Mirlanna está furiosa. No lo dicen sus ojos, sino la aspereza de sus palabras. En la lengua de su gente, son flechas cortantes. Para las mujeres, una cascada de hielo.

–Quedan por lo menos diez jornadas de viaje. No hay suficiente comida.

–Nuestros ancestros proveerán. Nada crece en los páramos de Cyra, pero algunas leguas más y cruzaremos por bosques y valles. Allí habrá animales y podremos cazar,– replica el aereni.

–¿Y mientras tanto?

–Comieron antier, pueden aguantar un poco más.

–No resistirán. Sólo nos retrasan: son peso muerto.

–Estaremos bien. Cuando lleguemos, nos dividiremos las ganancias en menos partes. Sin Terael habrá más para todos.

Ella está a punto de responder, pero él la detiene con una advertencia.

–El contrato fue un cofre y trece esclavas, valenar. Eso fue lo que acordamos. Los señores de Karrnath no ven la traición con buenos ojos. Cruzaremos Cyra, llegaremos a Darguun y ahí nos abasteceremos. Todo estará bien.

Como respuesta, la rastreadora señala el rostro desahuciado de las mujeres que los siguen. Se puede sobrevivir a base de esperanza, pero nunca de incertidumbre, piensa.

***

Hay noches en las que Laucian siente la tentación de soñar: le ocurre cuando el pasado lo seduce con caricias teñidas de reproche. Es un veneno que trepa por sus entrañas, se le clava en la garganta y le quema los ojos. Sucede en las noches sin luna, o cuando la Muerte le susurra al oído. También durante las confidencias que el vino y los abrazos comprados engendran, aunque en las últimas décadas la sangre y el fragor de la batalla han mellado esas inclinaciones.

Flores del desiertoWhere stories live. Discover now