Capítulo VII

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Finalmente, tomaron el colectivo, a pesar de las quejas de Nesi, que se vio apretujado entre Mariana y Cecilia, quienes franqueaban a Micaela. El viaje fue bastante rápido a esa hora y bajaron cerca de donde Micaela había huido de su primer encuentro con un vampiro.

Mariana las guiaba con determinación, mirando a su alrededor con recelo. Las hizo dar vuelta a unas cuadras con una actitud cercana a la paranoia.

Cuando entraron en el local, Micaela notó que la panadería estaba igual de vacía que las últimas veces. Esta vez prestó más atención y advirtió que los estantes estaban casi desocupados y no había nadie atendiendo.

—En realidad no es una panadería, ¿no?

—No —dijo Mariana—, se vende otra cosa.

—¿Qué?

—Insumos.

—¿Insumos para qué? —intervino Cecilia.

Mariana alzó las cejas y se dirigió a la puerta que llevaba a su casa.

—Oh. —Cecilia miró con más curiosidad a su alrededor y amagó con acercarse a uno de los estantes.

Mariana la detuvo y las hizo pasar a la misma sala que el día anterior. Y, como la otra vez, fue buscar a su abuela. Micaela, sentada en el sofá, miraba alrededor mientras se frotaba las piernas.

—Irá bien —dijo Cecilia.

Micaela asintió. Nesi saltó fuera del bolso.

—Tal vez yo también deba estar presente.

—¿Tú qué tienes que ver? —Arrugó la frente Cecilia.

—Soy más mágico que tú —dijo el hombrecillo—, seré de más ayuda.

—Ya que todos van a estar presentes —dijo Gilda a la vez que entraba en la habitación seguida de Mariana—, tal vez sea mejor que lo hagamos aquí. —Se volvió hacia Micaela—: Niña, debo disculparme, no sabía qué era lo que iba a despertar, tendría que haber tenido más cuidado.

—No hay problema —dijo Micaela con las mejillas teñidas de rosa.

—Vengan, hagamos un círculo. —Miró con recelo a Cecilia de arriba abajo y frunció los labios—. Tú, Micaela, siéntate en el centro.

Una vez se hubieron acomodado, Micaela volvió a sentir aquel temblor en el aire, pero esa vez había algo más, una especie de calidez. De inmediato, se sintió cómoda.

—Cierra los ojos —dijo Gilda.

Micaela obedeció con cautela.

Poco después sintió la presencia de Gilda en los bordes de su mente. Las imágenes comenzaron a fluir otra vez, con más lentitud. Sentía como se mantenían apartadas de ella, Gilda se interponía en el medio. Podía ver las escenas a lo lejos, pero no las distinguía con nitidez, tampoco intentó hacerlo.

«Relájate», dijo la voz de Gilda en su mente.

—¿Cómo puede...?

«Shh, no pienses, no razones, déjate llevar».

Micaela trató de relajarse y, poco a poco, con la ayuda de Gilda, fue liberándose de las tensiones y sintió un remanso de paz en su mente. Entonces advirtió otra presencia.

«¿Mariana?».

Escuchó la risa gutural de su nueva amiga y terminó de relajarse.

Las imágenes todavía estaban allí, revoloteando a su alrededor, pero no se acercaban a ella. Estaba protegida por un círculo de luz que la envolvía.

Brujas anónimas - Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora