Capítulo 26 - Hay que seguir con el molino

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Era de noche. La lluvia, a pesar de que era fuerte, aún no había llegado a su máxima intensidad pronosticada.

Dentro de su habitación, sin remera y con el tronco envuelto en vendas, Yeik estaba acostado sobre su cama con una total seriedad, mirando el techo. Se sentó con un poco de dificultad y, luego de mirar unos segundos a la nada, trató de tomar repentinamente algo que estaba al lado de su cama. Pero no pudo hacerlo, su espada ya no estaba con él.

No obstante necesitaba descargarse de alguna manera. De hecho, necesitaba descargarse de esa manera. Abrió el cajón de la mesa de luz, sacó unas tijeras y lanzó el objeto contra la pared con un movimiento fugaz. Calzó justo en la grieta que ya había dejado anteriormente en su pared.

Acto seguido el de pelo azul se dejó caer sobre su cama nuevamente, muerto de dolor; si bien le habían puesto las vendas y un cicatrizante para las heridas, lo cierto era que no habían cerrado del todo. Y para colmo, luego del tremendo dolor, la tijera que estaba en la pared cayó al suelo.

—Increíble... esto es increíble... sancionado del magnen por cinco años, del instituto por diez... ¡¿Qué mierda se supone que haré ahora?!

Consecuentemente, dio un giro sobre su cama y le pegó un puñetazo a la pequeña mesa de luz que tenía a su izquierda. No obstante, de repente tomó una actitud de relajación total y dejó su brazo colgando desde su cama, arrepentido:

—Tendré que buscar otro deporte... otra academia...

Observando con un poco más de atención, se dio cuenta que un cuadro se había caído junto con aquella mesa de luz. Y dentro de ese cuadro estaba, como no podía ser de otra manera, él junto a Yésika y Gache, quienes habían ganado el emblemático torneo de magnen por equipos. De esa manera, se levantó de su cama, se sentó donde estaba aquella fotografía y la sostuvo entre sus manos por unos segundos, mirándola con tristeza:

—Tendré que buscar.... otros amigos...

Pero la tristeza no había durado mucho tiempo hasta que la rabia había vuelto a irrumpir en él. Comenzó a hacer presión sobre el vidrio del cuadro y empezó a rajarlo.

—Rai... eres... un grandísimo imbécil... ¡¡¡Eres un maldito hijo de puta!!!

Impulsivamente y llevado por la ira, lanzó el objeto contra una esquina y lo destrozó por completo. Sin ser eso suficiente, pateó la mesa de luz que estaba tirada en el suelo:

—Mierda, mierda ¡Y más mierda!

La puerta se abrió y se asomó su madre por la ranura, que expresaba preocupación. Pero antes de que dijera siquiera una palabra, Yeik la interrumpió inmediatamente:

—¡Vete de mi habitación! ¡No me molestes!

Pero más que contestarle furiosa, ella mantuvo el silencio. Y luego de transmitirle una mirada puramente seria, transformó su expresión en tristeza y decepción.

Cuando la puerta volvió a cerrarse, Yeik entendió de inmediato que había cometido un error. Aunque todavía sentía demasiada molestia encima de él, la culpa y la desesperación también habían comenzado una lucha interna para tratar de convencerlo de que la violencia no iba a solucionar su problema. Entonces, para calmar un poco el incendio interno, se lanzó sobre su cama, puso una almohada en su rostro y luego dio el grito más fuerte que pudo.

Se había librado un poco. Y cuando esto ocurrió, una voz comenzó a sonar en su interior:

~

—Me haces recordar tanto a tu padre, Yeik...

~

Era el recuerdo de su madre. Después de escuchar la frase, no pudo evitar imaginar a su padre, el reconocido Yakson Werner, haciendo las mismas payasadas que él estaba haciendo en ese instante.

La verdad secreta (#CarrotAwards2018) (#TesorosOcultos) #LA2018Donde viven las historias. Descúbrelo ahora