Capítulo 1

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Una Elizabeth muy pequeña aparece entre mis recuerdos cuando desentierro momentos junto a mi hermano. Pero ahora que tengo dieciocho, solo puedo pensar en cuánto me hubiera gustado hablar con él antes de su partida. Decirle que no se merecía un final así. Que yo no creo en los rumores que gente malintencionada se encargó de esparcir sobre su muerte y que, si pudiera haber estado en su lugar ese fatídico día, las cosas estarían mucho mejor, pues mis ojos no se llenarían de lágrimas cada vez que escucho su nombre. Hermanito, si supieras cuántas cosas se quedaron en el tintero.

Extraño su risa, sus juegos e incluso, que me esperara junto a la puerta del baño para darme un gran susto al salir. Yo chillaba como loca gritando que lo odiaba y que dejara de hacerlo, aunque no fuera cierto. Sí, amaba a ese idiota.

El día que mi madre y yo recibimos la noticia, ambas estábamos lejos. De hecho, lo supo horas más tarde que yo. Se encontraba en la última sesión de un curso de cocina realizada en la capital, pero yo estaba un poco más cerca, a tan solo una hora en el cine de la ciudad próxima. Fue por eso que llegué primero. Ninguna de las chicas que hasta entonces llamaba mis amigas cuando subía fotos a Internet, se mostró dispuesta a acompañarme. Claro, habían escuchado la conversación y que mi hermano desapareciera hacía semanas, que fuera perseguido por el policía acusado de tráfico de drogas y que muerto siguiera dándoles problemas, no animaba a meterse en el asunto a nadie. Pero cabe destacar que los incompetentes que investigaron el caso de Felipe, ni treinta minutos dedicaron a buscar más detalles, así que culparon al chico muerto de aquella fiesta y listo, solucionado el tema de drogas investigado desde hace años, todos recibieron medallas, todos sacaron sus fotos y fueron felices por siempre... excepto nosotros.

Felipe jamás érteneció a ese mundo. Lo dice su mejor amiga y mayor confidente. Bastaba con entrar a nuestra habitación para comprobarlo: torres y torres de libros de romance y distopías apilados en el suelo junto a su cama y su aroma se distinguía notoriamente sin ni un rastro de humo de cigarrillo o alcohol. es verdad que tenía un montón de problema con nuestros padres.- madre, luego de que el cobarde de mi padre huyera luego de caer en la bebida, perdiera el trabajo y las peleas con su esposa se hicieran insoportables... para todos. Si lo hubieran culpado a él de traficante de seguro les habría creído.-

En fin, sus hijos no podíamos creerlo. Siempre fue un hombre tranquilo, cariñoso y bromista, pero poco a poco, su entusiasmo decayó. Se le veía desesperado, ansioso y alterado la gran parte del tiempo. Parecía que se había marchado hace mucho antes de que realmente lo hiciera. Solo mi madre parecía no notarlo. Esa mujer intentaba transmitirnos su energía y optimismo con un semblante firme las veinticuatro horas del día. Ellos no comentaban sus problemas frente a nosotros, pero mi hermano y yo estábamos seguros de que eran deudas. Solían discutir a susurros fingiendo que nada ocurría, o a gritos cuando pensaban que ninguno de sus hijos se encontraba cerca, pero un día, las disputas cesaron. Los almuerzos transcurieron en silencio, nadie se despedía o saludaba al llegar a casa. Fue así como un día desapareció. Sin ni siquiera avisar a mi madre, tomó sus cosas y se marchó.

Cuando mi hermano desapareció por última vez, nadie se extrañó, porque como si fuera hederitario, lo hacía cada cierto tiempo para escapar de los problemas, aunque a diferencia de mi padre, Felipe volvía. Yo, como espectadora, sentía que todo se había transformado en un mini escenario de la situación anterior, pues las discusiones continuaron, aunque esta vez el protagonista era mi hermano. Tras cada pelea con nuestra madre, subía a nuestra habitación, besaba mi frente y escapaba una vez más.

Dejándome sola y preocupada, contando días para verlo de nuevo. Sin embargo, a pesar de haber estado en su funeral, y que desde el ha pasado cerca de un año... aún lo hago.

Una Noche de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora