Capítulo 7

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POV CHRIS


Sabía que hacía mal al no olvidar mis sentimientos por ella, y, sobre todo, al intentar cumplir la promesa que ya hace tiempo había roto. Elizabeth era una chica especial. Estoy consciente de que, si se encontrara entre la multitud, nadie notaría nada particularmente extraño, pero no la conozco desde que éramos niños. ¿Cómo puedo no enamorarme de su risa, de ese brillo desafiante en sus ojos, de sus mejillas al sonrojarse cuando recibe demasiada atención o de la forma que arruga su nariz con sólo el hecho de sonreír? Esto me confundía aún más, pero cuando algo se hace trizas, volverlo a lo que era es imposible. Debía alejarme de ella, pero con Elizabeth nada podía ser fácil.

Aquel día debíamos ir a la universidad, y estando tan cerca, no pude evitar despertar pensando en ella. Sonrío al recordar nuestra infancia juntos. En ese entonces, desconocía la gran brecha entre nuestras familias, pero nada, jamás, sería peor que las causas que ahora las llevan a estar juntas.

Recuerdo el momento de la insignificante promesa, para ella, y lo importante que era para el pequeño Chris, locamente enamorado de su vecina- si a los 13 años se puede saber lo que es el amor. - Elizabeth nos seguía, Felipe me intentaba persuadir del potencial beneficio que podía resultar una chica en el grupo y ésta no paraba de protestar para que yo accediera. Finalmente, con una sonrisa cargada de malicia, me detuve junto al jardín de mi casa para observarlos.

- No- respondí secamente, haciendo que Lizzie se cruzara de brazos, me mirara con enfado y sacara su lengua como una gran venganza, según ella.

- Te odio- dijo confirmando mis pensamientos. No pude evitar que de mis labios brotara una gran carcajada, pero me detuve de inmediato al ver que la pequeña intentaba esconder un puchero tras mi gesto. Me había excedido.

-¡ Felipe!-gritó Esther-, ven.

- No hiciste tu cama- explicó Elizabeth mientras su hermano se alejaba hacia su casa.

Prometo que no habían pasado más de cinco segundos cuando las palmas de mi mano comenzaron a sudar. Cómo no, si me observaba con esos grandes ojos almendrados abiertos de par en par, analizándome.

- ¿ Por qué no puedo ser parte del grupo, Chris?- soltó de repente.

- No te gustan nuestros juegos- respondí tratando de sonar tranquilo y despreocupado.

- Quiero poder entrar a su guarida- replicó enseguida.

Dudé un segundo, pero estaba seguro de mi respuesta.

- Puedo leerles cuentos- agregó.

Una breve carcajada escapó de mis labios, pero la ternura fue confundida con la burla y los pucheros anteriores ahora no podían ocultarse. Temí que se echase a llorar. La verdad era que formaba parte de nosotros desde siempre, pero ya me había acostumbrado a que siguiera pidiéndome que lo hiciera oficial.

- No pasarías la prueba.

- Mi madre no me deja- respondió cabizbaja. Quería abrazarla en ese mismo instante-. Además es asqueroso.

Sonreí.

- Está bien.

-¿¡ En serio!?- sus ojos brillaban.

- Pero...- reí divertido con su repentina decepción- debes ganarme una carrera hasta tu casa.

- Acepto- respondió inmediatamente, dando un par de saltos, parte de su cómica rutina de estiramientos, creo-. Cuando quieras- dijo cuando estuvo lista.

- uno- comencé.

-dos- dijo sin apartar la vista de la mía.

- ¡ tres!

Admito que casi al final del camino dudé en dejarla ganar, pero si se daba cuenta, se enfadaría muchísimo y para tener tan solo diez años, enojada atemorizaba bastante. Sorprendentemente, la chica corría más rápido que yo... y reía. Hasta que sus pies se enredaron y fue a caer sobre el duro asfalto por lo menos un metro y medio más allá. No me detuve hasta estar a su lado. Elizabeth permanecía sentada, sostenía sus rodillas y hundía la cabeza entre sus piernas. Antes de siquiera acercarme, sus temblorosos hombros ya delataban su llanto. Me acerqué y los tomé suavemente.

- ¿ Puedes llamar a Felipe?

"Estoy yo aquí, no hace falta" quise decirle.

En vano intenté que levantara su rostro. Además, su cabello excesivamente largo en aquel tiempo, tapaba sus rodillas impidiendo visualizar los daños. Tomé unos mechones y los puse tras las orejas. Sus rodillas sangraban mucho, así que al levantar la vista y ver las heridas, sus sollozos aumentaron.

- Shh, tranquila, Lizzie- pronuncié apaciblemente cada palabra, intentando tranquilizarla.

Limpié las lágrimas con mis pulgares y mirándola directamente a los ojos, pensé: " Es mi culpa".

- Vamos, voy a cargarte, pero debes sostenerte muy fuerte a mi cuello. Confía en mi ¿Sí?

- Me duele- se quejó respirando enérgicamente, intentando calmar el llanto.

- Lizzie, lo sé, pero no será mucho, estamos junto a tu casa. ¿ Puedes?

Para mi asombro, sustituyendo los anteriores gimoteos, una sonrisa se extendió por su rostro.

- Gané.

No podía creerlo.

- Voy a protegerte siempre, pequeña- dije en un arrebato de ternura.

- ¿Promesa?- preguntó con los ojos muy abiertos por el miedo, mientras me levantaba con ella y la sostenía entre mis brazos. Pesaba como una pluma.

- Promesa.

Refugió su rostro en mi cuello y aferró su agarre para facilitarme el trabajo. No era mucho.

Cuando volvió a levantar la mirada, fue para limpiarse la nariz en mi hombro.

- Lo siento- dijo tímidamente con una sonrisa, pero ambos acabamos riendo justo cuando su madre abría la puerta rompiendo el divertido ambiente por uno de total histeria.

Una Noche de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora