Cuando menos por menos es más.
La crítica me persigue desde que abro los ojos. Tolero los errores y los aspectos negativos de las personas a mi alrededor; soporto y excuso las heridas que me hacen los demás, pero yo, me golpeo la vida todo el tiempo por no cumplir mis propios estereotipos.
Odio los momentos que tengo para reflexionar y me rehuso a aceptar algún halago que le realizan a mi persona, debido a la sensación de no merecer nada bueno por parte de alguno, repitiendo cual monólogo que esa persona de la que hablan maravillas no soy yo, o simplemente no la conozco, ya que solo veo ante el espejo una complejidad de equivocaciones e imperfecciones que siempre va a estar por debajo de todo aquel que tenga una mínina cualidad admirable.
No hay momentos en que al terminar el día esté orgullosa de lo que hago y de lo que soy, porque pretendo rozar con la perfección que admiro y nunca me perdono una falta, ni me excuso los errores que cometo, grabándolos en la piel, dándole paso a la tortura psicológica que me he encargado de perfeccionar. Y lucho por cambiar, lucho por aprender a amarme sientiendo que cada vez me pierdo aumentando el rencor hacia mi persona.
Aun busco encontrarme, pretendiendo que no estoy cada vez más lejos de la orilla, pretendiendo pisar tierra firme o por lo menos salir de las aguas que me rodean confiando en la enseñanza de nadar que aun nadie me ha dado y que por instinto no ha llegado conmigo.
Nadie me enseñó a amarme y yo tampoco encuentro los motivos para hacerlo; pero no me rindo, porque heredé la esperanza que me razguña el pecho ante cada respiro que propicio al mundo, y continúa la búsqueda.
