Capitulo 10

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—Yo no soy el que va por ahí mostrando amor hacia otro
hombre —dijo sujetándola con tanta fuerza que casi la
levantaba del suelo—. No creas que vas a ser libre para ir
tras él acusándome de infidelidad.
—¿De veras crees que haría algo así? —preguntó,
sintiéndose dolida en su interior—. Su esposa está en el
hospital y están a punto de tener un bebé.
—Deja de actuar, Cristina. Has sido muy amable con Raquela,
pero ¿no será porque te sientes culpable? Si Diego
estuviera aquí y te pidiera que te casaras con él, lo
aceptarías esté su esposa embarazada o no.
La soltó bruscamente y se pasó la mano por el pelo.
La sangre se le heló en las venas y se dejó caer en la
cama.
—Sal de aquí y déjame sola.
—¿Esa es tu forma de afrontar la realidad, escondiendo
la cabeza?
Ella levantó la cabeza, tratando de contener las lágrimas.
—Ya me doy cuenta del tipo de persona que crees que
soy. Me crees capaz de traicionar mi matrimonio y arruinar la
vida de una mujer y de su bebé. ¿Por qué ibas a querer estar
en la misma habitación que yo?
Federico se estaba haciendo la misma pregunta. Cada vez
que Cristina estaba junto a Diego, se iluminaba como una
bombilla. No tenía ninguna duda de que si se presentara la
ocasión, ella elegiría al otro hombre. Federico debería haberse
alejado de Cristina en cuanto se dio cuenta de eso, pero sin
embargo, se había casado con ella. Lo peor era que no podía
mantenerse alejado. Seguramente fuera por el sexo, se dijo.
Cristina era una amante muy diferente a las que había tenido.
—Me casé contigo no por la conversación —dijo furioso,
tanto por su amor hacia Diego como por la manera en que
había coqueteado con el abogado—. Acostarme contigo no
implica que tengas que gustarme.
Cristina se quedó callada unos segundos. Luego, se puso de
pie y comenzó a quitarse el jersey.
—Bien, pues hagámoslo para que pueda irme a dormir.
—¿Crees que puedes mantener esa fría expresión
después de que te toque? En cuanto te tenga entre mis
brazos...
—Aunque esté entre tus brazos, no es en ti en quien
estoy pensando.
Federico sintió que cada uno de sus músculos se tensaba,
así que salió de la habitación y cerró la puerta dando un
portazo. Había sido un estúpido por creer que podría
escapar del pasado. Pero, después de todo, era hijo de su
padre.
Cristina se tumbó en la cama, y contuvo sus sollozos,
tratando de no pensar en nada. Pero su cabeza era incapaz
de detenerse. Estaba esperando un hijo de un hombre que la
veía como una traidora.
No tenía salida. Si lo dejaba, vendería su casa familiar a
los constructores. Federico Rivero no había llegado hasta
donde estaba por permitir que se interpusieran en su
camino. La había convertido en su esposa y no la dejaría ir.
Pero algo había cambiado en ella. Por primera vez,
consideró la posibilidad de perder la hacienda Alvaréz. Aquel
lugar era el último recuerdo que tenía de sus padres. La
única manera de mantenerlo, era seguir con aquel
matrimonio que amenazaba con hacerla pedazos.
Después de lo que había pasado la noche anterior, Cristina
buscaba paz y tranquilidad, pero una llamada de teléfono lo
alteró todo.
—Muchas gracias, Alejandro —dijo sentándose en su
estudio.
—No me lo agradezcas. Has hecho un buen trabajo —
dijo—. Me gustan todas tus obras, pero creo que los retratos
son tu fuerte.
—Sí —respondió—. Es lo que más me gusta.
Le gustaban los retratos, imaginar las historias detrás de
las arrugas, las miradas y las sonrisas
—Bien porque quiero organizar la exposición centrada
en los retratos. Tienes un don, Cristina —dijo—. Es cierto que
todavía tienes que madurar tu estilo, pero me gusta.
Alejandro castro la estaba halagando. Después de oír
aquello se sentía más tranquila.
—¿Tanto como para montar una exposición?
—No te lo habría dicho si tuviera alguna duda. Tu
trabajo es muy sincero, a veces demasiado. No escondes
emociones ni dejas que tus modelos lo hagan. Voy a pedirte
que me pintes, aunque me asusta cómo me verás.
Aquellas palabras trajeron recuerdos a su memoria. En
una ocasión había pintado a su madre.
—Cristina, cariño, has pintado mi alma—le había dicho al
verse retratada.
Si al menos pudiera ver la oscura alma de su marido...
—¿Cuál es el siguiente paso?
—Elegiremos juntos las obras.
Después de aquella agradable llamada, se sentía más
segura. Aquella sensación la acompañó durante el resto del
día y para cuando se sentó a cenar con Federico, estaba
decidida a hacer las paces. No podían seguir así, puesto que
había mucho en juego. Estaba a punto de decírselo cuando
el teléfono sonó.
—¡Es una niña! —gritó Diego—. Y a pesar de que ha
nacido con tres semanas de antelación, está bien. Ni siquiera
necesita estar en la incubadora.
—Enhorabuena —dijo Cristina sonriendo—. ¿Qué nombre
vais a ponerle?
—Todavía no lo sabemos —dijo y después de unos
segundos, preguntó—. ¿Vendrás a visitarnos? A Raquela le
gustaría.
—Claro, iré mañana.
Sería un largo viaje de ida y vuelta, pero podría
aprovechar su tiempo a solas para aclarar sus ideas.
—Estaré esperando.
Preocupada por el tono de aquel último comentario,
colgó y dejó el auricular.
—Raquela ha dado a luz a una niña.
—Iremos juntos en avión, será más rápido.
—No tienes que ir.
—Saldremos a eso de las siete.
—De acuerdo —respondió ella, sabiendo perfectamente
por qué quería acompañarla. No confiaba en ella ni en la
más inocente de las situaciones.
***
A mediodía del día siguiente, iban de camino en un taxi
del aeropuerto al hospital.
—Vas a pasar mucho tiempo alejado de la Hacienda.
—Es necesario.
—Yo no diría eso.
—Cristina, no vamos a hablar de eso ahora.
Ella se giró y contempló el paisaje de la ciudad desde la
ventanilla.
—Alejandro me ha vuelto a llamar esta mañana. Está
pensando en que la exposición tenga lugar en un mes —dijo
mientras llegaban a la entrada del hospital.
Salió del taxi con el ramo de flores que había comprado
en el aeropuerto y esperó a que Federico pagara al taxista.
—Eso te mantendrá ocupada —dijo mientras se dirigían
hacia la puerta.
—¿Como un niño con un lápiz? —preguntó Cristina
apretando con fuerza el ramo.
—Precisamente te estás comportando como una niña
ahora mismo —replicó él apretando el botón de llamada del
ascensor.
—¿Por qué? —dijo ella entrando en el ascensor—.
¿Acaso estás pensando en respetarme a mí y a mi trabajo?
—El respeto se gana.
—Cierto.
Salieron del ascensor unos minutos más tarde y siguieron
andando en silencio. Al entrar en la habitación, encontraron
a Diego sentado junto a la cama de Raquela. Por la expresión
de sus rostros, aquel silencio no era una buena señal.
Cristina se sintió como una intrusa, pero la pareja se alegró
al verlos. Tuvo la extraña sensación de que cualquier
interrupción los habría alegrado.
—¿Cómo estás? —preguntó Cristina a Raquela, dejando las
flores en la mesilla—. ¿Y el bebé?
—Es un encanto—dijo sonriendo satisfecha—. ¿Quieres
sujetarla?
—¿Puedo?
—Espera, te la daré —dijo Diego feliz.
Cristina se apenó al verlo tomar el bebé de la cuna. Siempre
había soñado con tener hijos con Diego.
Una mano la tomó por el hombro. Era el silencioso
recordatorio de a quién pertenecía. Respiró hondo y tomó al
bebé entre sus brazos.
—Es preciosa.
—Es nuestra pequeña cosita, ¿verdad, Cecily? —sonrió
Raquela—. Vamos a llamarla Cecily Elizabeth .
—Me gusta —dijo Cristina acariciando la delicada piel de
Cecily
En unos meses, ella también sería madre de un bebé.
Sonriendo, se giró hacia Federico.
—¿Quieres tomarla?
—No —dijo él tensando los músculos de su mentón.
Cristina se sorprendió. No podía creer que Federico se mostrara
tan frío ante un bebé. Se giró y le entregó el bebé a Raquela. De
pronto, sintió náuseas y tuvo que respirar hondo varias veces
seguidas para calmarse.
Raquela la observó detenidamente y después se giró hacia
su marido.
—¿Por qué no me traes uno de esos zumos de la
máquina del pasillo?
—Claro —dijo Diego y miró a Federico—. Estoy en
deuda contigo por lo de la otra noche. Deja que te invite a
un café.
Federico aceptó la invitación.
—¿Estas embarazada, verdad? —preguntó Raquela una vez
los hombres se hubieron ido.
—¿Acaso tienes un radar?
—Deben de ser las hormonas —respondió Raquela
besando en la frente a Cecily—. ¿Cómo te encuentras?
—Estoy deseando verle la cara.
Acababa de descubrir aquel deseo unos minutos antes.
Pero a la vez, le había surgido una nueva preocupación: si
Federico reaccionaba así ante un bebé, ¿qué clase de padre
sería?
—A mi me pasaba lo mismo —dijo Raquela sonriendo e
hizo una pausa—. ¿Por qué no somos amigas, Cristina?
Sorprendida por aquella pregunta, Cristina asintió.
—Ya lo somos.
—No, no entiendes—dijo Raquela sujetando a Cecily
contra su pecho—. No sé si podré salvar mi matrimonio
teniéndote cerca.
Aquella acusación fue como un puñetazo en pleno
rostro.
—Nunca faltaría a mis votos matrimoniales ni le pediría a
Diego que lo hiciera.
—Lo sé. No es eso lo que pienso de ti. Pero el verte me
recuerda lo que ha dejado a un lado. Le he pedido que nos
mudemos de teapa quizá a Comalcalco. Tengo familia allí
y le será fácil encontrar trabajo.
Cristina odiaba ser el motivo de la infelicidad de la otra
mujer.
—Confío en que podáis arreglar las cosas.
Diego apareció en aquel momento y dejó el zumo en la
mesilla, junto a las flores.
—Aquí tienes. Federico te trae un café —le dijo a Cristina—.
Bueno, ¿y de qué habéis estado hablando vosotras dos?
—Parece que también hay que dar la enhorabuena a Cristina
y Federico —dijo sonriendo—. También están esperando un
hijo.
El rostro de Diego se quedó helado unos segundos
antes de poder reaccionar.
—Esa es toda una noticia.
—¿Cuál? —dijo Federico entrando por la puerta—. Toma,
Cristina —añadió ofreciéndole el café.
Cristina se acercó a él.
—Oh, es sólo... —comenzó, pero Diego ya había
comenzado a responder.
—El bebé —dijo sonriendo y Cristina se percató de que su
expresión era forzada—. Debes de estar muy contento.

Continuara....

ATRAPADOS EN EL MATRIMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora