Capítulo 4: Y llegaste tú.

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Las bibliotecas son frías, silenciosas y acogedoras, uno de los lugares preferidos de Severus Snape. Desde su complicada infancia, el pelinegro gozaba de estar sentado en un sillón con los ojos perdidos entre las letras de un buen libro y esa costumbre se intensificó con los años, siempre que tenía algo rondándole la cabeza o cuando se encontraba confundido acudía a refugiarse entre papel y tinta.

Y en esos momentos sí que tenía algo rondando sus pensamientos, o más bien a alguien, y es que no había dejado de pensar en Sophia, tan sólo recordar su nombre le daba una sensación cálida en el pecho. Un mes había pasado desde que llegó a su vida y no sabía si era bueno o malo, sólo tenía un presentimiento sobre ella, algo que no lo dejaba estar tranquilo. Había tenido la oportunidad de hablar y estar a solas con ella en más de una ocasión y esos, podía jurarlo, habían sido los mejores momentos que había vivido en años.

No hacía falta que hicieran gran cosa, tan solo con tenerla a su lado, tomando su mano o sintiéndola cerca, lograba alcanzar un sentimiento de paz y seguridad que nunca antes había experimentado. Además, cada día se asombraba más de ella, de su amor incondicional hacia su hermana y de la manera que tenía para nunca darse por vencida y siempre encontrar la forma de sonreír, sobre todo en las peores situaciones. No era que supiera todo sobre su vida, más bien eran piezas pequeñas que ella o su hermana soltaban sin saber que para él eran un muy preciado regalo. Como que nació sin poder ver pero nunca fue realmente un motivo para dejarse vencer, que entró a la escuela de música ya sabiendo tocar el piano y que sufrió un grave accidente cuando tenía diez años debido a la falta de atención de su niñera en turno, un accidente que le costó casi un año de dolorosa rehabilitación para poder volver a caminar.

Cada que escuchaba algo como eso se sentía aún más atraído hacia ella, casi como un imán, no por creerla una heroína ni ninguna de esas tontas cursilerías que le había escuchado decir al idiota de Sirius sino porque, una por una, las piezas que iba descubriendo le mostraban el rompecabezas de la mujer más interesante que había conocido y no podía parar de desear saber más y más. 

Llegó a la biblioteca algo cansado, eran las 2 de la madrugada y, para no variar, no había podido conciliar el sueño así que estaba tratando de decidir cuál sería el libro que lo acompañaría hasta el amanecer. La biblioteca de la casa de los Black era una de las pocas cosas que lo hacían no odiar del todo haberse tenido que quedar ahí todo el mes, mientras conseguían a alguien más que pudiera acompañar a las hermanas Granger a hacer lo que debían hacer fuera. Dumbledore había insistido en tenerlas acompañadas todo el tiempo por su seguridad, él se mostró indignado por tener que pasar tiempo con ellas pero, por dentro, agradeció la paranoica y sobreprotectora manera de ser del viejo, al menos así tenía la excusa perfecta para estar cerca de Sophia sin levantar sospechas de su inusitado interés hacía ella.

Abrió la puerta y se encontró con lo último que esperaría, la razón de sus desvelos sentada  en un sofá con las manos sobre un libro que estaba apoyado sobre una mesita de noche. Para su sorpresa, el lugar tampoco estaba en silencio sino que había una melodía sonando fuertemente.

Severus

Era impresionante el sonido, una extraña mezcla de nostalgia y euforia comenzó a cubrirme, me quedé estático por no sé cuánto tiempo, sólo saboreando lo que mis oídos captaban. No era fan de la música, nunca lo había sido, más por desconocimiento y falta de tiempo para buscar y encontrar mi estilo que por poco interés. Iba a irme, no quería estropear su momento pero cuando estaba por llegar a la puerta Sophia me detuvo.

  —Severus, ven.

Hice lo que me indicaba con la mano y me senté a su lado. Tomó mi mano derecha y cerró los ojos, yo la imité y en verdad sentí como si estuviera en otro mundo, en otro universo donde nada importaba y nada existía salvo esos sonidos que me elevaban y me soltaban con fuerza y dulzura al mismo tiempo. Existí sólo en los crescendo, cada nota era un golpe no a mi cabeza ni a mi cuerpo sino a mi alma. Volví a ser consciente de mi respiración, me sentí vivo, fue como despertar después de un largo y tormentoso viaje de muerte. 

No supe cuándo la música dejó de sonar, no supe en qué momento todo a mi alrededor regresó al silencio porque dentro de mí nada se apagó, seguí flotando y seguí sintiendo cada vibración en todo mi ser. Algo me decía que después de escuchar algo como aquello, jamás volvería a sentirme muerto otra vez. 

  —Eso fue...


  —Rachmaninov, segundo concierto en C menor. ¿Es la primera vez que lo escuchas?


  —Más bien, es la primera vez que oigo este tipo de música. Ahora siento que estuve sordo todos estos años.


La sonrisa de Sophia me hizo flotar aún más alto pero dio un suspiro triste y soltó mi mano.


  — ¿Dije algo malo?


  —En absoluto es sólo que... olvídalo.


  — Eso no pasará, termina la frase. Es sólo que...


Se mordió los labios y negó suavemente con la cabeza.


  —Es sólo que jamás he querido ver nada tanto como quisiera poder ver tu rostro en este momento. Quisiera ver tu expresión al conocer mi verdadero mundo, por lo que dices, eres el único que realmente puede entender lo que yo sentí la primera vez que me adentré en él.


Sin saber de dónde provenía, una fuerza extraña me hizo sujetar sus manos llevarlas a mi rostro, Sophia se sorprendió pero no se alejó, todo lo contrario, comenzó a recorrer mi cara con suaves caricias, hice un movimiento con mi varita y la melodía volvió a empezar, cerré los ojos y volví a dejarme llevar, quería cumplir su deseo, en verdad quería que grabara hasta la más ínfima de mis expresiones, quería que tuviera tatuado en la mente mi rostro, tal y como yo tenía tatuado el suyo.



*Capítulo corto pero ojalá les guste, espero sus reviews.

True colorsWhere stories live. Discover now