7 | Boda

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Llevaba desde que vi a mamá enfundada en su espectacular vestido blanco de novia con las emociones a flor de piel. El satén brillante del vestido envolvía su cintura bailando al rededor de sus piernas cada vez que ella se movía. Tenía unas pequeñas flores de color rosa pálido en la parte de la cintura y era ceñido por el torso y de mangas abullonadas. Preferiría no saber cuanto había tenido que pagar Josh por algo así.

Estaba preciosa y no pude evitar emocionarme al verla así, renaciendo de las cenizas como si fuese un fénix después de tanto por lo que había pasado. Ese vestido blanco era la promesa de su nueva vida, de nuestra nueva vida y al mismo tiempo me recordaba la posibilidad de perder a mamá a manos del señor Haggard.

En fin, sería eso mejor mil veces mejor que perderla por que se pierda a sí misma. Mamá se miró al espejo algo nerviosa mientras observaba como la estilista le hacía los últimos retoques a su recogido. Le habían puesto unas sombras de ojos rosa muy suave que combinaba con las flores de su vestido y con el ramo. Por un momento no pude evitar pensar en papá y en las palabras que me dijo la última vez que hablamos por teléfono:

—Me he enterado que tú madre se va a casar...¿Es cierto?—preguntó con curiosidad.

—Sí, se casa el tres de octubre—le contesté con reparo.

—Me alegro mucho por ella. Ojalá sea muy feliz—dijo únicamente. Había algo en su voz parecido a la nostalgia pero se borró automáticamente cuando después me dijo que había ingresado el dinero para mi manutención en la cuenta de mamá. También me propuso que me fuese a pasar un fin de semana con ellos pero no insistió demasiado como para que me lo llevase a plantear realmente.

Mamá me tendió la mano y yo se la tomé. Ella tiró suavemente de mi para que me acercase a ella y ambas nos viésemos reflejadas en el gran espejo de su habitación. Llevaba un vestido azul de tul que me compré hace una semana. Era bonito y dejaba al descubierto mis piernas. Tenía unos detalles en forma de pequeñas estrellitas plateadas esparcidas por todo el pecho. El azul eléctrico del mismo destacaba contra mi piel blanca y resaltaba mis ojos claros como me había dicho mil veces mi madre.

Me sentía muy cómoda con el vestido, era muy de mi estilo. Miré mis bailarinas blancas y volví a mirarme en el espejo. Había elegido llevar el pelo suelto pero la estilista se había encargado de rizármelo un poco más por las puntas. También me había puesto una sombra azul que hacía que mis ojos se viesen mil veces más grandes que de costumbre pero me sentía rara con ella, no acostumbraba a llevar demasiado maquillaje.

—Mírate, Hester. Estas increíble.—dijo mamá sin quitar ojo a la persona que se reflejaba en el espejo y que sentía muy lejana de la que era yo en realidad—Eres increíble—se corrigió girándose suavemente para mirarme.

Me tomó ambas manos y me miró a los ojos. La observé, ella sí que era increíble. A sus treinta y ocho años mamá podría pasar perfectamente por mi hermana. Tenía unos ojos enormes y almendrados que yo siempre había envidiado desde pequeña y un color miel que era capaz de tragarse toda la luz que había en el dormitorio. Le apreté las manos, incapaz de pronunciar palabra alguna. Jessica, la estilista, sonrió al vernos y señaló el salón.

—Ya estás lista, Elena. Os esperaré abajo—dijo para acto seguido salir de la habitación y cerrar la puerta con delicadeza para dejarnos a solas.

—Me encantaría que tu tía Lourdes estuviese aquí para verte—me dijo. Ella siempre pensando en mi. Como todo esto de la boda había surgido tan de imprevisto (al parecer la ella tampoco sabía nada a cerca de la boda aunque si conocía la relación) la tía Lourdes no había podido conseguir unos billetes de avión. En estos momentos se encontraba haciendo un voluntariado en África y le resultaba prácticamente imposible. La tía se enfadó muchísimo con mamá por no haberle contado nada al respecto y después se echó a llorar por no poder acudir.

La noche que coincidimos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora