||Nights in Heaven, Days in Hell

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Quince llamadas perdidas.

Todas de él.

Tres visitas inesperadas suyas,  en las que me las ingenié maravillosamente para simular que no había nadie en casa y tres notas dejadas en la puerta, sumada a las cartas que seguían acumulándose, interminablemente,  en el  buzón.
Ya no deseaba saber más nada con él ni con su errático  estilo de vida.
Ya no deseaba que me siguiera viendo la cara de tonta.
Eso era lo que me repetía una y otra vez mientras acomodaba con sumo cuidado las cajas para trasladar a mi nuevo apartamento mañana.
Me mudaría y mantendría un perfil bajo.
Sólo mis más allegados poseían la nueva dirección. Eso incluía a mis locos amigos y a mi hermana,  ericka, de los cuales ninguno aún superaba el shock de haberse enterado de la verdad cuando se las dije.
En un principio el cambio iba a ser sólo temporal, para el alivio de las heridas y mi corazón partido.
Sabía que debía sentirme orgullosa cuando rompí con stéfano.
Pero muy por el contrario a lo que todos creían, me sentía sola y perdida.

Ya con 36 años era como si el destino estuviera conspirando contra mí misma. Siempre había sido muy cambiante y a pesar de ello, me arriesgaba a entregar mi corazón.

¿Y para qué?

Para que me volvieran a hacer daño.

Fracasar en el amor parecía estarse volviendo un hábito.

Un condenado y maldito hábito.

¿Es que acaso abría sido mi miedo a pasar el resto de mis días  de adultez el que haya nublado mi juicio con respecto a Stéfano? Por que, vamos, tenía todos los contras servidos en bandeja y a mi absoluta disposición.
Pero entonces, ¿que me llevó a confiar en él ciegamente?
Si desde el comienzo sabía que era un arrogante cretino y un absoluto bastardo.

Sería acaso por que... ¿Se parecía a edward? Negué rotundamente, mientras llevaba una mano a mi nuca.
Eso no podía ser... ¿O si?
Pero si lo pensaba mejor, eran gemelos idénticos. Cada gesto dulce y amable,o minimamente considerado,  hacía que mi corazón diera un vuelco de  entera felicidad.
La sesión de autoterapia se vió interrumpida por un ringtone diferente y me vi en la obligación de atender.
Mejor. Lo mejor sería olvidar todo el asunto si no quería seguir lastimada.

-¿Diga? -dije con aire de desgano mientras elevaba mi hombro y atrapaba el móvil entre mi oreja y el mismo, y asipoder continuar organizandome.

-¿Es que acaso planeas ignorarme por siempre? -la voz al otro lado del teléfono sonaba enteramente disgustada y por mi parte, heló mi sangre. Aún así, no podía volver a darle el gusto de verme decaída. No lo haría. Y para eso debía hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad.

-Es exactamente lo que pienso hacer. Ya dejame en paz. Por mí, que te den -del otro lado hubo silencio hasta que retomó la palabra y su voz, sonó tan fría como el hielo.
-¿Estas segura de que quieres tenerme de enemigo? -un sudor frío recorrió mi espalda, pero no iba a acobardarme.
-Esas amenazas no funcionan conmigo, Stéfano-. Èl tan sólo rió.

-No digas que no te lo advertí-.

Y colgó.

Dejándome con un sabor de boca amargo.
Lancé el móvil lejos.
Observé mis manos y temblaban. Me contemple en el trabajo en espejo de enterizo y mi aspecto había cambiado.
Rodé los hombros, como buscando intentar calmarme. Pero ahora en cambio lucía pálida. Muy pálida.
Golpeé el piso con frustración.
¿Acaso tan sólo  había  querido  asustarme? ¿Hacerle frente habrá sido realmente lo mejor?

El móvil timbró a mis espaldas, con un ringtone diferente, y mastiqué mi labio inferior con nerviosismo.
Suspiré tratando de encontrar la calma, pero el temor comenzaba a deslizarse dentro de mí.
Vacilé en si tomar el móvil y descolgar el auricular. Pero no quería seguir de ése modo.

-¿Hola? -mi voz salió temblorosa, dubitativa.

-... Alice-reconocía ése tono. La voz ronca y calma, como en antaño-¿cómo te encuentras? -guardé silencio unos momentos antes de contestar.

-Esto podría considerarse acoso de parte de la gerencia, ¿sabes? -dije fingiendo enojo, y haciendo todo lo que pude por sonar alegre y despreocupada.Y asi fue como del otro lado escuché como soltaba una carcajada.

Me encantaba eso y no pude evitar sonreír.

Dejé escapar un suspiro y, por un segundo, todos mis miedos fueron sustituidos por una sensación de satisfacción y calidez, que me hizo sonreír a mí también.

-Me encuentro bien. Pero ya sabes, he tenido días mejores-suspiré con pesadez, como procurando desechar algunos pensamientos.
-¿Con que es cierto que estás haciendo las maletas para mudarte? -preguntó con tono resignado.

-¿Cómo es que lo sabes?-balbuceé nerviosa, esperando que a mi hermana no se le hubiera escapado más de la cuenta. En caso de que hubiera sido ella.

Y la mataría por ser tan chismosa.

-Soy adivino... Además, puedo verte desde aquí abajo. Tienes las cortinas descorridas-apuntó con gracia.

Instintivamente volteé a ver por la ventana y efectivamente, allí estaba, observándome cuando me sonrió y su sonrisa me llegó a lo más hondo. 
Lo saludé una vez me hube acercado lo suficiente a la ventana, aún con el móvil en la mano, puesto que él aún no había colgado.

-¿Tienes un minuto? -dijo con voz ronca mientras hacia una seña con su mano libre,como indicándome que me acercara.
Y para ir a su encuentro, debía bajar.

¿Sería lo correcto?

-Claro-asentí volviendo  tras mis pasos, no sin antes cerrar las cortinas, para cambiarme de camiseta y acomodar mi cabello y recogerlo, aunque fuese en una trenza.
En ése momento, yo llevaba una camisa con las mangas enrolladas y unos vaqueros muy gastados y nada maquillaje.
Estaba claro que no esperaba visitas y menos,a una tan especifica.

Bajando medio a prisa, tras girar el pomo de la puerta y que esta cediera amablemente, lo encontré, viéndole desde la cuadra de enfrente.
Ahí estaba él, elegante, delgado, seguro y con su cuerpo tenso.
Tragué saliva fuertemente ante aquella visión  y mi corazón se salió fuera de control. 
Pensamientos cruzaron por mi cabeza.
Pensamientos que tenían el poder de deslumbrarme y aturdirme.

Acercándome a él, temía internamente por el tipo de charla que mantendríamos.
Una brisa fresca se instaló entre ambos una vez estuve frente a Edward.

Alcé la vista con timidez.

¿Y ahora qué?

Pero de algún modo , al estar allí parada  frente a él, la inquietud persistía.
Incapaz de sostener la mirada.
Busque una distracción.

Lo que fuera.

Pero fue edward el encargado de romper ése silencio.
Alzando una mano, tras dirigirme una sonrisa bastante enigmática, comenzó  a caminar delante de mí,  indicándome con seguridad, que lo siguiera.
Ladeé mi cabeza como decidiendo pero en ése preciso momento,  yo ya había perdido, pues mi mente y pies, ya habían hecho su elección.

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