Dolor

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El Cataclismo celebraba el triunfo de sus acciones, mientras la sangre inocente yacía desparramada sobre la sagrada tierra de las Diosas. El día más temido llegó sin que nadie pudiera evitarlo, acabando con cualquier resquicio de paz existente.

El rey fue brutalmente asesinado por los guardianes en los que tanto confió, los campeones perecieron humillados y torturados dentro de sus propias bestias divinas. Nada bueno se vaticinaba ahora que las únicas esperanzas se habían marchitado, mucho menos si la princesa no había conseguido despertar su poder... o al menos eso se creía.

El mísero olor de la destrucción se trasladó hasta los confines más apartados del reino, a la Meseta de los Albores, el cual, según las leyendas, fue donde se originó el pueblo de antaño. Hace poco tiempo la princesa Zelda había llegado a esos territorios, después de haber puesto la Espada Maestra al recaudo del Árbol Deku para que espere el retorno de su dueño. La mirada de la joven estaba vacía, sin vida, a pesar que en su alma tenía la solución perfecta para detener a su enemigo. Ya no quedaba nada de la hermosa sonrisa cual resplandeciente sol que pocas veces mostró en sus felices momentos, los cuales compartió con una única persona... el caballero que entregó su vida por ella y el motivo por el que su poder salió a flote.

Zelda caminó pausadamente por el destruido sendero de la meseta, hasta que llegó al Santuario de la Vida. Antes de partir a cumplir con su doloroso destino tenía algo importante que hacer, pues no sabía si podría contar con otra oportunidad. Estaba consciente que dejarse llevar por sus sentimientos en una situación tan crucial era algo inaudito, cosa que su padre le habría refutado, sin embargo, no podía cometer una falta con su corazón.

Se adentró al santuario y caminó hasta que llegó al final del mismo, y fue ahí donde lo vio. Link estaba recostado en la camilla que sería su hogar hasta quien sabe cuándo, mientras las jóvenes hermanas, Impa y Prunia, se preparaban para encerrarlo en su letargo. La científica estaba a punto de encerrarlo en la cápsula con el líquido vital, hasta que ella les pidió que se detengan.

- No... aun no. – pidió Zelda, casi sin aliento.

Las mujeres se sobresaltaron a escuchar que alguien más estaba en el santuario, pero mayor fue su impacto al ver que se trataba de la princesa, quien con dificultad se sostenía de la pared debido a lo agotada y lastimada que estaba. Si imagen era deplorable. Inmediatamente se acercaron a ella para ayudarla, pero ella las detuvo.

- ¡Princesa! ¿Qué hace usted acá? – preguntó Prunia, alarmada.

- Debe buscar un lugar seguro, por favor. Vaya a mi casa, mi aldea por suerte no ha sido...

- No, Impa. Ahora menos que nunca voy a esconderme. – dijo seria, sin mostrar ápice de derrota o tristeza.

- Pero princesa...

- Tengo algo importante que hacer, ya con el tiempo lo sabrán. Ahora les pido un enorme favor... déjenme sola con Link.

- Pero vamos a iniciar con su recuperación, no es posible.

- Prunia, sólo será un momento, te lo suplico. No sé si después tendré otra oportunidad...

Las mujeres se preocuparon ante las palabras de la princesa. El dolor se le notaba en el semblante, pero con la fuerza que les hablaba les demostraba que algo traía entre manos, una extraña determinación que no comprendían y que les alarmaba. Sin embargo, ¿quiénes eran ellas para contradecirla? Decidieron cumplir con su petición a pesar de todo.

- Está bien, alteza... pero le pido que no se demore, pues el campeón necesita iniciar con el letargo ahora que cuenta con vida. Si tarda mucho puede ser muy tarde. – pidió la científica.

- Lo prometo.

- La dejaremos sola. Entraremos en unos minutos. – dijo Impa.

Prunia e Impa salieron del saltuario, dejando a la princesa en privado. Lentamente Zelda caminó hasta donde Link estaba dormido, cubierto únicamente con su ropa interior y con sus heridas en carne viva. Y a pesar de su lamentable estado, su rostro estaba sereno, pues contaba con la satisfacción de haber salvado lo más importante para él, sin importar el precio pagado.

- Link...

Y fue así que las lágrimas que había contenido la dama cayeron cual cascada encima del rostro del joven, adentrándose a cada uno de los rasguños y cicatrices que tenía. Zelda agonizaba con la dolorosa estaca clavada en su corazón, pues en un mismo día, no solamente había perdido a su padre, a sus amigos y habitantes del reino, sino al único que fue capaz de sacar lo mejor de ella, de sanar las heridas de su alma lastimada, y sobre todo, el que le hizo conocer las delicias del amor. Amaba al campeón con todas sus fuerzas, y lo mejor es que era correspondida por él. No sabía cómo iba a afrontar todo lo que le esperaba sin tenerlo a su lado, sin la calidez y protección de sus brazos, sin la dulzura de sus besos.

- Perdóname, Link... todo es mi culpa...

La princesa, sin poder soportarlo más, se aferró al desnudo cuerpo de su caballero, sollozando hasta que sus pulmones se quedaron sin aliento. Sabía que aun contaba con vida, pero el saber que, con la decisión que había tomado, habría la posibilidad de nunca más volver a verlo, la destrozaba por completo.

- No importa lo que pase conmigo... pero tú debes vivir. Eres nuestra luz y esperanza.

Muy a su pesar, el momento de despedirse había llegado. Sin poder contenerse se acercó a besarlo con delicadeza, guardando en la piel de sus labios la agradable sensación de tocar los suyos, algo que posiblemente no iba a volver a sentir. Había escuchado, según las leyendas, que el alma del héroe legendario y la reencarnación de Hylia por siempre estarían unidas, pero que hubo épocas en las que lamentablemente no pudieron consumar tan grande amor. Talvez la de ellos era una de esas, y por más que le doliera tendría que aceptarlo.

- Adiós, Link... hasta que nos volvamos a reencontrar. Mi eterno amor.

Y decidida a no dar ni un paso atrás, la joven comenzó su paso para salir del santuario y dirigirse a donde la esperaba su amargo destino, el peor de sus enemigos. Ni siquiera se volteó a ver cómo las hermanas Sheikah encerraban al joven en su eterno letargo para no acrecentar su dolor, para evitar derrumbarse. Su determinación no iba a ser detenida.

A su prueba de valor se dirigía la joven con el alma destrozada, con su corazón desangrado por las dagas del dolor.

27/10/2017

A través de las erasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora