Ya el crepúsculo comenzaba a inundar el cielo cuando el carruaje real salió de la frondosa arboleda. Habían gastado casi un día entero en el mercado de Settelia, y cierto era que se habían olvidado del hambre con el plan para el cumpleaños de Florentia, pero cuando arribaron a la entrada del castillo regresaron a la cruda realidad. Tenían que alimentarse, por lo menos para saciar la desagradable sensación de sus estómagos.
Florentia y Josephine se habían quedado en el asiento del coche recostadas, la peliblanca sobre la pelinegra, compartiendo el calor para hacerle frente al frío viento otoñal característico de la estación, o al menos con esa excusa se aprovecharon para permanecer en aquella posición, porque no había ninguna filtración en la carroza por donde el aire alcanzara a ingresar traviesamente. Apenas hablaban, y si emitían algún sonido era para expresar lo cómodas que se encontraban. Y Florentia no tenía ánimos para moverse ni un centímetro cuando de un vivaz grito Seth y Lissette anunciaron su llegada al gran hogar. Sólo cuando los dos jóvenes acabaron de vaciar el coche, dejando las compras en el suelo, Josephine y Florentia se dispusieron a bajarse del carruaje.
Mas la intimidad de las jovencitas no finalizó ahí, pues todavía quedaba guardar el vehículo. Seth, con la ayuda de Florentia, desató al caballo y lo liberó de las vigas. Acto seguido, fue acompañado por Lissette, ambos acarreando con el transporte y con el obvio apoyo mágico de la rubia para desplazarlo con mayor facilidad. Se perdieron en cuestión de pocos minutos en el vasto verde del paisaje, terminando el par de chicas únicamente con la compañía del animal de Florentia.
Si bien habían compartido un largo momento a solas, parecía que se trataba de un sueño que cada una había fantaseado por su cuenta, ya que podían percibir la incomodidad del ambiente con sólo extender un brazo y rozar el aire con los dedos. Florentia se acercó a su caballo y, en un intento por borrarse del rostro la vergüenza de la situación, le tomó con ambas manos delicadamente el hocico y juntó su ternilla con su propia cara. Giovanni, como si entendiera el gesto de su ama, cerró los ojos a la vez que lo hacía ella.
—Es una buena pose para una pintura —comentó Josephine, admirándolos con una sonrisa.
A Florentia se le subió la sangre a la cabeza de golpe, y para esconder su bochorno, agachó el cuello, viéndose solamente su largo cabello negro. Josephine soltó una risita ante la tierna respuesta de Florentia. Cada minuto que pasaba con ella, cada segundo, le hacía entender que aquella fría y dura Consejera que veía caminar por los pasillos con su erguido andar, y que sermoneaba al mismo tiempo que se burlaba sarcásticamente con el mismo monótono volumen, no era nada más que su uniforme de trabajo, porque en el fondo todavía podía encontrar a una chica con el alma de quince años que jamás había tenido la oportunidad de experimentar el amor, y que seguía con el corazón igual de infantil.
Una vez que Seth y Lissette volvieron de ir a aparcar el carruaje, los cuatro se dirigieron al establo a guardar a Gio y dejarle comida y agua, y, por fin, pudieron entrar al castillo con las compras en las manos.
Se encontraron con Reina sentada practicando la posición de loto en su trono, con su capa reposando desde su cabeza cual anciano, y aparentemente inmersa en la lectura de un libro histórico que sostenía en uno de sus muslos. La tenue luz que entraba por las ventanas golpeaba el rojo de su manto, despidiendo un brillo del mismo color. Ni bien el grupo de jóvenes ingresó a la enorme casa, Reina alzó la vista y cerró el libro, colocándolo en uno de los brazos de la silla. Se acomodó en el trono y puso su adorno en sus hombros, como acostumbraba a tenerlo la mayor parte del tiempo. Cruzó sus brazos, y antes de hablar, esperó a que Lissette lo hiciera primero cuando se ubicó al frente suyo.
—Himeko, hemos llegado —anunció la rubia.
—Puedo verlo —respondió la reina—. ¿Compraron todo lo que necesitaban?
ESTÁS LEYENDO
A tu servicio, Reina
RomanceReina Otome es la reina de dieciséis años de Settelia que nunca quiso ser reina y que vive con amargura el mal chiste de su nombre. Un día, luego de rechazar a todos los hombres del reino que deseaban ser su guardia personal, recibe la visita de un...