Florentia no esperaba que Seth le dijera que se quedaría en el castillo. Era un chico cobarde y miedoso. El hecho de que quisiera matar a Reina reafirmaba su posición, pues para ella no había acto más poco valiente que asesinar a alguien de noche, con la sombra de fiel compañera, y la inocencia de quienes dormían desconociendo lo que transcurría bajo el manto de la oscuridad de gran aliada. Y el titubeo de Seth para responderle hizo que perdiera todas las esperanzas de hallar por fin a alguien dispuesto a entender a Reina. Temía creer que Reina se había equivocado por una vez en su vida.
Sin embargo, cuando vio a Seth abrir la boca para contestarle, su desesperanza desapareció, y esperó su decisión con ansias en el corazón. Sin querer, le apretó las manos de la emoción.
—Me quedaré, Florentia —sonrió el peliazul al pronunciar su nombre.
La visión de Florentia se tornó borrosa, a la par que su rostro se humedecía, y abrazó con ímpetu al Guardia, rodeando su cuello con sus delgados brazos y apoyó su cabeza en el hombro del joven, sollozando sin parar. Seth le correspondió de vuelta, envolviendo su cintura de la misma forma con un brazo, mientras que con la otra mano le acariciaba el cabello suavemente.
—Eso, suéltalo todo, no tengas miedo —le susurró amablemente Seth, recibiendo como respuesta un apretón en el cogote y uno que otro gimoteo.
Permanecieron así un buen rato, con la música del aire como compañera y teniéndose el uno al otro a modo de refugio y consuelo, hasta que Florentia se quedó seca de tanto derramar lágrimas. Aun así, la chica no interrumpió el contacto que mantenían. La calidez que aquel joven transmitía era la misma que añoraba, y que le recordaba a los viejos tiempos. Sumida en la nostalgia, se rehusó a soltarlo, a pesar de que él ya realizaba ademanes de querer zafarse.
—Gracias, Seth —dijo al cabo de unos momentos en voz baja. Seth no alcanzaba a verla al rostro, mas podía adivinar que Florentia sonreía tan sinceramente, que fuera de contexto diría que se debía a Josephine.
Y al final, la pelinegra aceptó separarse del primeliano.
—Hagamos como que esta conversación nunca existió, ¿sí? —Seth confirmó su suposición: Florentia estaba sonriendo—. Más que beneficiarme a mí, sería a ti. Supongo que lo entiendes, ¿verdad?
—Ah, sí, claro, por supuesto —asintió Seth, con un pequeño rubor en sus mejillas.
—Bien; buenas noches —se despidió Florentia, y se regresó a su cuarto.
—Buenas noches... —murmuró el peliazul una vez que la chica se retiró a sus aposentos.
Estaba jodido, se dijo luego a sí mismo.
Pasaría el resto de su vida con un par de amargadas por una elección que había realizado por culpa de su empatía. Pero ya el daño a su persona estaba hecho, no podía cambiar nada. Quedaba resignarse de una vez por todas y seguir adelante; ya se le otorgaría la posibilidad de escapar en algún futuro lejano, o si tenía suerte, cercano.
Intentando formatear su memoria para no dormirse con el agrio gusto en su mente, se dirigió a su propia habitación y, posteriormente, a su lecho. Al despojarse de sus ropas, se recostó en ella como si fuera un saco de papas, y en el acto se envolvió en las cálidas frazadas, pues el verano ya había cogido sus maletas hacía rato y el otoño descansaba en el reino e isla entera, a pesar de que no faltaba demasiado para que el invierno tocase la puerta y penetrara sin más en cada uno de los rincones de la porción de tierra perdida en el océano.
Seth, en medio de su conciliación de sueño, le era casi imposible quitarse de la cabeza las imágenes de Reina y Florentia. Después de todo, era un hombre ya mayor de edad para la sociedad primeliana, de la cual provenía, y como tal, sus reprimidos deseos salían a la luz cada vez que se presentaba la oportunidad. Pero claro, luego recordaba que sus personalidades no se apegaban ni con cinta adhesiva a la belleza que desprendían en el exterior, y se regañaba a sí mismo por no disfrutar de la noche para relajarse del estrés diario. Y así, entre pensamientos y groserías, cayó profundamente dormido.
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A tu servicio, Reina
RomansaReina Otome es la reina de dieciséis años de Settelia que nunca quiso ser reina y que vive con amargura el mal chiste de su nombre. Un día, luego de rechazar a todos los hombres del reino que deseaban ser su guardia personal, recibe la visita de un...