Capítulo 2

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Después de haber dejado al nuevo en su alcoba, Florentia se dirigió corriendo a la segunda planta. Tuvo extremado cuidado en no tropezarse al bajar las escaleras, pues aunque era una gacela con los tacones, todavía no dominaba el correr con ellos.

Entró sin más en la cocina, el hábitat natural de Lissette. Ahí vio el escenario habitual de todos los días: una olla para pastas con su contenido cociéndose a fuego medio en una hornalla de las tantas cocinas que formaban parte del lugar; en otra olla se estaba cocinando una buena porción de carne picada, y una cuchara de palo la revolvía de vez en cuando gracias a la magia de Lissette; y en una mesa cercana, se hallaba la rubia picando una zanahoria, sobre una tabla, a una velocidad digna de cortarse la mano entera. Si bien Lissette, al ser una heredera más de la magia de Novelia, perfectamente podía hacer las comidas con un sencillo hechizo, prefería cocinarlas ella misma, y apoyarse en la brujería para aquellas acciones en las que tenía que descuidar de otro alimento.

—¡Flor! —la saludó Lissette, despegando su vista de la zanahoria y sin dejar de cortar.

—¿Cómo va todo? —preguntó Florentia, ignorando el que la cocinera estuviera picando el vegetal sin mirarlo. No era la primera vez tampoco, pero siempre lograba ponerla nerviosísima.

—A la pasta no le falta mucho y ya estoy terminando con esto para hacer la salsa —y dicho y hecho, sólo habían trocitos naranjos sobre la tabla para picar. La sostuvo con una mano por debajo, y fue hacia la olla donde se cocinaba la carne. Con ayuda del cuchillo que traía en la otra mano, dejó caer la porción anaranjada sobre la carne, y unos pequeños trozos de ajo le acompañaron—. Pero dime, ¿a qué se debe que estés aquí? Sabes que me basta llamarte por medio de telepatía para avisarte que la cena está lista. Pásame el sobre de salsa de tomate que está en la mesa —le señaló Lissette un paquete que justamente ahí estaba, abierto con anterioridad.

—¿Por qué me pides que te lo pase si puedes hacerlo con tu magia? —reclamó Florentia, obedeciéndole y entregándoselo.

—No me agrada la idea de depender de la magia —la rubia lo tomó con cuidado de no derramarlo, y virtió su contenido entero en la olla—. Sobretodo si hay alguien a quien le puedo pedir ayuda —le guiñó el ojo, sonriendo.

Florentia rió suavemente, halagada. Lissette dejó que la cuchara que estaba revolviendo continuara su trabajo, y se dirigió a la Consejera.

—Ahora dime, ¿por qué estás aquí?

—Es sobre Reina —Florentia volvió a su tono serio.

—Himeko, hmm... —Lissette se llevó un dedo a la barbilla, y cerró sus ojos, como si estuviera pensando. Claramente se estaba mofando de la pelinegra.

—¡Estoy hablando en serio, Lissette! —se desesperó Florentia—. ¿No te sorprendió que haya nombrado a ese sujeto como su guardia con sólo un concursito de miradas?

—Ciertamente —la cocinera abrió ambos párpados—, es curioso. Pero es mejor eso que nada.

Florentia no se sintió mejor al escuchar aquello último. Era la frase más conformista que podía oír, y qué manera de caerle pésimo.

—Bueno, bueno —dijo Lissette, notando su disconformidad—, ¿me vas a decir con tu sabiduría de búho a medio día que habría sido mejor que Josephine hubiera—?

—¡No! —replicó Florentia, casi gritando, dejando la oración de Lissette a medio hilar. La rubia soltó una risita; esa reacción nunca fallaba en causarle gracia.

—¿Y entonces? No tienes motivos reales para quejarte, salvo un capricho muy grande —le acarició la cabeza, como calmándola—. Himeko ya es una reina, tiene dieciséis, y le hemos enseñado todo lo necesario para que tome sus propias decisiones. Deberías confiar más en ella.

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