(1) Naercey

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El camino que el tren traza hacia Naercey comienza a acortarse. Según el tiempo que llevamos viajando en esa dirección nos toparemos con la ciudad en unos minutos. Aún no le he dicho a Theo lo que se acerca –o a lo que nosotros nos acercamos-, pero dudo que podría calmarlo si lo supiera. Nada cambiará el hecho de que somos dos exiliados Plateados rodeados de Rojos que nos matarían si pudieran, si no fuéramos algo de ayuda o valioso en su camino. Mi padre no pagaría un centavo por mi cabeza, Maven sí. Ese pensamiento me estremece ¿Se habrá alegrado Leroy Malec? ¿Estará acongojado? Lo que menos quiero es pensar en mi padre, pero mi instrucción me obliga a considerar todas las posibilidades.

Actualmente, si mi pierna no fuera un desastre, hubiera atacado a los dos Rojos que tengo a mi izquierda y los hubiera despojado de sus armas. Los grilletes estarían en el suelo y las balas hubieran llenado de agujeros este tren. Los próximos en caer serían los Rojos que apuntan armas hacia Theo, después Farley y si Shade se interpondría en mi camino él caería también. No tendría piedad. Sería un torbellino de fuego y sangre plateada arrasando con todo lo que estuviera en mi camino de salida. Un animal saliendo de una jaula.

Pero es inútil mentirme. No saldré de este tren ni dejaré a Cal a su miserable suerte –que ya es bastante poca-. Le dije que si él quería yo sería su amiga. Me encuentro pensando que no me importa si él lo quiere, yo seguiré actuando como su amiga aunque no se lo merezca. Además, arrastré al telqui hasta esta situación emponzoñada de miseria. Al menos puedo intentar ser dócil por él, para que al menos se encuentre a salvo.

Lo observo fijamente, sabiendo que él podría levantar este tren de las vías y hacerlo añicos sin que nadie tuviera tiempo de hacer nada, pero tampoco se mueve. Como si sintiera mi mirada, se voltea.

- ¿Tengo algo? – pregunta inocente y hace girar el cuello.

- Sí, ahí – acerco la cara despacio y le muerdo con fuerza la oreja.

Lanza una exclamación envuelta en risa. Los Rojos a nuestro alrededor no lo aprueban. Aunque no tienen tiempo de hacernos saber su disgusto porque una maltrecha Farley avanza a trompicones hacia nosotros.

- Veo que están cómodos – exclama con esa voz ronca suya – Bien. No es como si estuvieran rodeados de enemigos y huyendo por sus vidas.

- He pasado por cosas peores – contesto.

A ella se le va la gracia.

- El principito de allá va a quedarse tranquilo – espeta ella en tanto señala a Cal con la cabeza – tiene un grillete llamado Mare Barrow que me lo asegura. Pero ¿Ustedes? Él no ha puesto las manos en el fuego por ninguno, si es que eso tiene algún sentido... - sabiendo que habla de la habilidad de quemador de Cal, sonrío – Así que ¿De qué lado están? Shade Barrow habló bien de ti, Laralea. Jamás lo mencionó a él – su cabeza señala a Theo pero no lo mira.

- No hemos destrozado a tu tren ni a tu Guardia – comento sin humor – eso debe decirte algo.

- Sí, que planean hacerlo una vez nos detengamos.

- Tal vez.

Su mirada y la mía se encuentran en un concurso de intensidad que ninguna de las dos planea perder. Theo rompe el hielo con una risotada.

- Hasta podrían llevarse bien – estalla el telqui – No sé quién seas – agrega ya sin humor – ni lo que quieres. Yo vine por Lara y no voy a irme sin ella. Si ella decide que ustedes son de fiar, son de fiar. En cuanto demuestren lo contrario... bueno; sabes lo que quiero decir porque tú piensas lo mismo.

Estandartes de humo - Una historia de La Espada de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora