El niño de amarillo

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Escuchar el sonido de las gotas de lluvia golpear contra mi ventana era completamente relajante y necesario, me sentía muy cansado, no había logrado dormir en toda la noche anterior por los gritos que oía desde la cocina. Era lo que siempre escuchaba todos los lunes.

Mi padre siempre dejaba una botella de tequila sobre las escaleras y cada mañana tenía que limpiarlo junto a los fragmentos de vidrio que estaban regados por el suelo del comedor mientras mi mamá intentaba maquillarse los golpes en su habitación. Algo me decía que no era la vida que ambos merecíamos, pero, aun así, ahí estábamos atrapados y era mi historia; tampoco era el único chico que sufría esto así que no podía estar tan mal.

Comencé a cabecear mientras intentaba hacer mi tarea de matemáticas pero tampoco había entendido así que se me estaba complicando un poco más de lo normal. Mi mente llegó a un punto de cansancio máximo y en mi afán de mantenerme despierto solo estuve divagando. Observé mis posters sobre mi cama y mi pequeña maceta sobre el borde de mi escritorio, intenté contar la cantidad de ropa sucia que estaba en el piso, pero mi cuarto estaba muy obscuro, también pensé en irme a dormir a la cama, pero si mis padres entraban a mi habitación y me ven dormir se molestarán mucho; para evitar caer en el sueño me propuse a abrir mi ventana para sacar mi pequeña maceta y que se refrescara de agua. Abrí mi ventana y logré sacar mi planta; a lo lejos noté una pequeña mancha amarilla que corría entre las calles inundadas de Derry observando el piso, era George Denbrough, el hermano menor de Bill.

No pude evitar sentirme atraído a su fascinación a la actividad que hacía, noté que tenía un barquito de papel que corría sobre la corriente de las calles y él se movía a su lado soltando pequeñas risas y gritando —Corre barquito, corre —.

Le sonreí y sacudí mi mano para saludarlo, —Hola Georgie —le grité desde mi ventana, él hizo el mismo gesto y siguió su camino. Me propuse a volver a mis deberes. Sin embargo, las risas cesaron y solamente se escuchaba el sonido de la lluvia, admito que me preocupé un poco, solo era un niño de 6 años que estaba corriendo por las calles de unas de las ciudades más peligrosas del país; un instinto me obligó a asomar mi cabeza sobre la ventana y lo vi tirado en el suelo debajo de una señal de tránsito mojándose. —¿Estás bien amiguito? —intenté llamar su atención, pero el niño con impermeable amarillo y botas verdes no me alcanzó a escuchar y siguió su camino.

Quise ayudarlo, tal vez tenía una contusión en la cabeza y no se había dado cuenta de eso hasta que sea muy tarde; así que tomé la primera sudadera que encontré y me puse mis zapatos y me dispuse a salir a darle una revisión al chico.

Cuando buscaba las llaves de la puerta me di cuenta de que lo había perdido de vista, me asomé por la ventana y lo encontré hincado sobre una cloaca; pobre chico, lo más probable es que perdió su bote y lo intentaba recuperar, me extrañaba un poco que su hermano mayor no lo acompañara, sé que es algo mayor para jugar con barquitos de papel, pero con la lluvia pensaría que quisiera estar ahí para cuidarlo, de todas maneras, iría yo a buscarlo. Cuando estaba a punto de abrir el cerrojo con la llave se escuchó un gritó terrorífico, se escuchó tan claro y fuerte a pesar de la lluvia. Yo me congelé.

Nunca había escuchado un grito tan espantoso, era una mezcla de sorpresa y verdadero terror, estuve medio minuto analizando que carajo era lo que había escuchado cuando de repente la voz de Georgie se escuchó —¡AUXILIO! —berreaba el niño. Eso me asustó aún más, el pequeño niño se habría atorado y estaba asustado así que me arme de valor y aunque temblaba, logre abrir mi puerta frontal. Lo que aconteció fue un hecho que mi mente no podía entender o descifrar, no lograba comprender que era eso.

Una mano enorme con guantes blancos se asomaba desde la cloaca y se acercaba a Georgie, quién estaba sobre la acera llorando y gritando con una parte de su brazo mutilado y chorreando en sangre. Quería gritar, vomitar, quería ayudarlo o entrar a mi casa y nunca salir, pero solo me quedé ahí, congelado y observando un homicidio frente a mis ojos. La mano lo tomó del pie y lo jaló hacia el agujero mientras el niño gritaba el nombre de su hermano. Esas fueron las últimas palabras que oí de Georgie, de hecho, las últimas palabras que George Denbrough diría en toda su vida.

Ahogue un grito y por fin mis piernas respondieron a los impulsos de terror y entre despavorido a mi casa, al llegar no lo soporté y vomité en el baño, no aguantaba tener aquella imagen tan asquerosa en mi mente; cuando terminé de devolver el estómago, me senté en el piso de mi baño y comencé a llorar. Pero entre mis lamentos podía alcanzar a oír algo, un sonido débil pero reconocible; no podía ser posible, pero creo que eran los gritos de Georgie.

Intenté calmarme puesto que podía ser parte del shock en el que me encontraba pero entonces escuché claramente que alguien dijo —suéltame por favor —con voz débil y cansada. Esto definitivamente estaba pasando, no sabía de donde provenía aquel sonido hasta que el niño emitió otro grito que parecía provenir de la alcantarilla de la regadera. Me puse de pie y me acerqué hacia el origen del sonido y entre más me acercaba, más nítido era el sonido. Intenté poner mi oído junto al piso para oír mejor, pero en cuanto lo hice, hubo un silencio mortal que me desconcentro.

—Sé que estás ahí amiguito, no te preocupes, que muy pronto vendré por ti y también flotarás —dijo una voz siniestra desde el baño golpeando el piso contra mí. Grité y salí del baño corriendo de nuevo hacia la puerta frontal que la había dejado abierta y me quedé parado sobre la lluvia, totalmente petrificado y probablemente me desmayaría en cualquier momento.

Esto debía ser un sueño, una pesadilla que pronto terminará, pero después de estar más de 15 minutos sobre la acera mojada analizando qué hacer, supe que no era un sueño.

Era una pesadilla, hecha realidad

IT: Una Historia De DerryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora