La sala de Arte permanece callada y apacible por la mañana y parte de la tarde.
Rayos de sol decadente atraviesan las altas ventanas, dándole un tinte dorado a los blancos lienzos dispuestos en caballetes alrededor del salón.
El olor a pintura, óleo y goma parecía jamás abandonar la estancia, impregnada ya después de tantos años. Distintas creaciones encontraban su lugar en el ocupado espacio; desde cuadros hasta esculturas de arcilla. Centenares de alumnos habían dejado una parte de su talento en aquel lugar, y servía tanto de decoración como de inspiración para aquellos interesados en él.
Elizabeth se encontraba delante de un lienzo fresco, con la mirada concentrada en un punto perdido de la tela. Trataba con todas sus fuerzas de hallar la pizca de inspiración que la había conducido hasta allí en el medio de la tarde.
Tenía toda la semana debatiendo en cómo podría dejar salir todo lo que llevaba dentro. Siempre había estado inclinada al arte, sobre todo a aquel que implicaba crearlo desde cero.
No sabía si se trataba de una cosa tonta, o si realmente era un hobbie que disfrutaba, pero Elizabeth estaba acostumbrada a lidiar con las cosas de aquella manera.
Su refugio ante los problemas en casa, los rumores en la escuela y su corazón ingenuo, se encontraba entre pinceles y colores. Por el momento, ella pensaba.
A pesar de ser apasionada por la pintura y escultura, bien sabía que aquello no la llenaba como debería. Bueno, no era como que tuviera idea alguna de cómo se suponía que debía sentirse cuando el arte te toca el alma. Pero sabía con certeza que aún no había encontrado su verdadero sostén.
Sus dedos de pronto dejaron de yacer inmóviles sobre su regazo.
En segundos había un lápiz entre ellos, y su mano estaba alzada contra el lienzo. La punta de grafito se deslizaba sin prisas ni impedimentos, trazando líneas y curvas que aún no podían definirse como algo en concreto.
Muchos pensarían que la pelinegra utilizaba el ballet como su medio de expresión, como cualquier bailarín haría.
Pero no.
Y eso, era algo que compartía con Louis, y la razón por la que ambos eran tan unidos.
A Elizabeth siempre le había resultado fácil darle a la gente lo que quería.
Desde que era una niña, había desarrollado ese trato que rayaba tanto en lo conveniente como en lo tóxico.
Prefería tomar el dinero que sus padres le daban y hacer como que las cosas caras compensaban la falta de atención y cariño que discutir con ellos sobre eso.
Al igual, encontraba más sencillo hacer como que le parecía suficiente no ser nada más que algo físico para los chicos, o escogía agotarse en el escenario y darles a los profesores lo que creían era pasión siendo expresada.
No podía engañar a gente como Louis, claro. Resultaba obvio la carencia de sentimiento si te ponías realmente a observar. Era todo una ilusión para complacer a los demás.
Pero hasta ahora, funcionaba.
Así que no había más.
Lo que antes eran trazos irregulares, ahora tomaba la forma de una flor de loto, con una mujer en su centro. Y una flecha atravesándole el cuello.
La chica no tardó mucho en mezclar las pinturas y comenzar a rellenar su dibujo.
Disfrutaba el silencio. Le encantaba saberse a solas, con solo el ruido de las burbujas de pintura estallando sobre la tela. Era algo así como una terapia.
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𝙿𝚘𝚒𝚗𝚝𝚕𝚎𝚜𝚜 | Libro #1| Larry Stylinson
Teen FictionLouis Tomlinson puede ser todo menos amable. No es amigable, simpático, afable ni ningún adjetivo positivo que se te pueda ocurrir para describir a una persona. Es sarcástico, cerrado, indiferente y algo narcisista. Introvertido, se ocupa solamente...