ONZIÈME

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Un día en que la lluvia densa y fría hacia imposible salir a correr o caminar por el campus, Louis decidió imitar a Harry: se encerró en un salón a bailar por su cuenta.

Verán, a pesar de que el ojiazul no tenía mucho tiempo en la industria, digamos, profesional, contaba con un talento con el que parecía haber nacido. Sí, nunca había practicado el ballet, pero como ya habíamos dicho hace un tiempo, sus padres le habían obligado a practicar distintas disciplinas mientras crecía, entre ellas, danzas diversas.

Sus conocimientos generales de baile mezclados con el talento dentro de sí, hacían de Louis el prototipo perfecto de un buen bailarín, uno que llegaría muy alto en el rubro.

No importaba si lo veías bailar o no, su sola presencia y apariencia daban un aire de grandeza esperando a brotar: los músculos delgados en sus piernas y brazos que le levantaban la piel a cada paso y movimiento. La cara angulosa de pómulos marcados, los labios finos y el semblante misterioso. Era como el epitome de la masculinidad tan deseada por cualquier coreógrafo de ballet.

Pero Louis, no pensaba tanto de sí mismo. Se consideraba lo suficientemente delgado para ser considerado en el nivel más alto y lo necesariamente talentoso para que no lo desecharan, punto.

La poca apreciación hacia sí mismo no provenía de una falta de vanidad, para nada. Es más, ahora mismo, mientras estira y calienta a ritmo de Foo Fighters, Louis se ve fijamente al espejo, como todos los días. Sus azules ojos siempre se clavan en cada parte, cada detalle de su cuerpo.

Tengo que estar perfecto, siempre se repite. La inseguridad en su propia consciencia no se debía a que se sintiera menos, o no merecedor de su lugar o su talento. Solo que no quería darle lugar a las dudas. No necesitaba de nadie cuestionando si realmente necesitaban a otro como él, de si realmente sus piruetas y rutinas eran tan refrescantes y hermosas como sus maestros las describían.

Él tenía que ser perfecto, de pies a cabeza.

Aquello desataba una especie de batalla en su cerebro: su necesidad de alcanzar la excelencia chocaba con su propia esencia, que no deseaba encajar con los estándares impuestos para él.

Era esperado que fuera popular, sociable y el mejor de todos en cada cosa que hacía, dado a su estatus familiar y económico. Pero, bueno, a estas alturas ya lo conocen.

Louis no era nada de eso, a excepción del ballet. Allí, si era el mejor.

Aunque le doliera en el orgullo y el ego, admitía—para sí mismo solamente— que el ballet le ayudaba a expresar lo que su boca no podía.

No todos lo veían, pues no era obvio, pero Louis bailaba con un dolor y angustia tremendos.

Eran esos sentimientos, junto con muchos otros, lo que causaba que su danza fuese tan seductora a la vista: cuando Louis se movía—y no, no me refiero a un ensayo ni un ejercicio de barra, cuando realmente se movía sobre un escenario— había este sentimiento, al que nadie había podido ponerle nombre, tan arrebatador, que parecía emanar desde el chico hasta cualquiera que estuviera observando.

La audiencia se sumergía en los actos de Louis como si estuviesen viendo al más grande bailarín de todos los tiempos. Aquella esencia era difícil de conseguir siendo un novato como él.

Pero era algo adquirido, con los años de rechazo y duda a sí mismo.

Y aquello, que había brotado de un lugar oscuro y triste, brillaba tan fuerte como una estrella cayendo del cielo, siempre que era su momento.

[...]

Una vez que siente los arcos de los pies lo suficientemente entumecidos y los músculos dolorosamente estirados, Louis da por terminado su calentamiento.

𝙿𝚘𝚒𝚗𝚝𝚕𝚎𝚜𝚜 | Libro #1| Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora