CAPÍTULO 4: "Elizabeth (Melancolía pt. 1)".

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"Oh, querido, espero que esta carta nunca tenga que llegar a tus manos, realmente espero poder recuperarme y dejar que esta hoja sea incinerada por un bello fuego reduciendo así estas palabras a simples cenizas. Pero, si estás leyendo, significa que no ha sido así, y que el destino no me ha favorecido.

Mientras escribo esto, estoy pensando en todas las posibles formas en las que puedo lidiar con mi enfermedad. No quiero involucrarte en ninguna de ellas, aunque, posiblemente lo haga, siempre termino involucrándote en mi vida, querido, por eso somos tan buenos amigos.

No puedo evitar imaginarte leyendo esto mientras verificas si he cometido alguna falla ortográfica, como sueles hacer siempre. Déjame decirte algo: ¡chequé mi maldita ortografía hasta el cansancio!, así que seguramente no haya nada que corregir.

No puedo evitar imaginarte mientras lees esto, supongo que estarás triste, o, al menos, algo nostálgico, pero quiero que sepas que cuando tengas esto en tus manos yo habré tomado una decisión. Tal vez no la correcta. Pero una decisión a fin de cuentas. Y tú has sido lo único que me ha detenido hasta ahora de hacerla..."

...


La carta seguía, pero él no podía avanzar más, la dulce voz de Elizabeth lo acompañaba párrafo tras párrafo mientras leía. Era demasiado. Effy estaba a su lado, una vez más, con sus ojos azules y saltones, recordándole al muchacho a los que alguna vez fueron los ojos igual de saltones y llenos de vida de Elizabeth.

- ¿Por qué no pudo decirme esto antes?, pudo decirlo cuando aún estaba aquí, pudo haber hecho algo, ¿por qué espero hasta ahora para darme la maldita carta? - dijo él, con voz tenue, llorosa, sin alzar demasiado el tono, no porque no quisiera, sino porque le era imposible hacer tal cosa. Sin notarlo, había logrado hablarle a Effy como si fuera solo una gata, diferenciándola, por fin, de Elizabeth. Hablarle a un gato parecía más normal que hablarle a un gato como si fuera tu amiga muerta. Ignoraba tal cosa.

Temeroso, volvió la mirada de nuevo a la carta, tenía sus dudas, leer le era difícil, leer sin imaginar a Elizabeth era aún peor. Aun así, continuó.

...


"... ¿Recuerdas cuando nos conocimos?, realmente pensé que ibas a suicidarte, y pensé ¿qué motivos podría tener?, ahora pienso, ¿qué motivos podría tener yo?, sé que parecerá una estupidez, pero estos días no me he sentido bien con el mundo, ni, mucho menos, conmigo misma.

He estado pensando en ti, bastante. Es lo único que me ha mantenido estable durante estos días, eres la única persona que parece estar conmigo sin importar lo que pase, he pensado en todos los momentos que hemos pasado juntos.

Recuerdo cuando cumplí 16 años, fue un día especial para mí, fue pequeño, pero no todas las cosas especiales tienen que gritar que lo son con letreros gigantes, lo más especial nunca pide ser visto. Llegaste ese día a mi casa, sin avisar, con flores, lucías una hermosa camisa gris, ¿lo recuerdas tú también? ..."

...

Lo hacía, lo recordaba, perfectamente, veía ese momento como si de una película se tratase, una película de la que no se cansaría nunca. Pero no solo veía ese momento. Lo veía todo, todo lo que alguna vez Elizabeth se atrevió a contarle, desde el principio, como si él hubiera estado ahí, aconteciendo lo sucedido, como un testigo entre las sombras al que nadie puede ver. La veía a ella.

Se dispuso a rememorar.

...


Había sido fruto de un embarazo no deseado, pero que ambos aceptaron al final. Esto no parecía tener mucha importancia para ella, pues lo contaba con bastante indiferencia. Su madre los dejos a su padre y a ella poco después de dar a luz. Su padre quedó devastado, según contaba ella. Amaba a su padre, como él amaba a su madre, un amor incondicional que no el tiempo podría borrar, y el tiempo podía borrarlo todo, como ellos pensaban.

MelancolíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora