Pasado 3

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¿Cuántos secretos puede ocultar una persona?

Los bastantes para dejarle cada día impresionado y maravillado con lo que iba encontrando. Se sentía como un arqueólogo, entre más encontraba más hechizado quedaba. Todo su mundo se reducía a Daiki. Tan bonito, frío y un completo bastardo hijo de puta.

Porque este era peor que una maldita cebolla, debía ir capa por capa, llorando en el transcurso como vil magdalena sin consuelo. Necesitaba a su Mushu personal o le iba a dar algo. Sí, era dramático, ¡pero con ese chico no se podía! Antes de dar un paso debía imaginar cientos de escenarios de posibles desenlaces para que al final fuera lo menos previsto y espontáneo.

A veces quería golpearse contra una pared, ya había agotado todos sus recursos para encontrar una manera de acercarse lo suficiente para expresar sus sentimientos, pero nada. Aomine Daiki era un hueso duro de roer, un tronco que se negaba a abandonar sus raíces.

Aunque debía poner un altar al profesor por dejar aquel trabajo, pues gracias a ello pudo conocerle un poco más, el moreno era más expresivo con él, se relajaba con mayor facilidad cuando estaba cerca. Le trataba un poquito mejor, menos borde y más calmado. Logró llevarlo a muchos lugares, lo acompañó a un concierto de Coldplay, a varios eventos de comics y mangas. Jugaban videojuegos, básquet y nadaban. Descubrió varios restaurantes en su compañía, se embriagaron y probaron un poco de marihuana en brownie. Le contó sobre su familia y varias veces se transformó dejando que Daiki le viera y tocara a su antojo.

A veces lo hacía inconscientemente para despertar sobre las piernas morenas mientras este le acariciaba la cabeza, las orejas, cuello o lomo. Todo era una montaña rusa que le fascinaba.

Risas, sonrojos, golpes, gritos, un par de peleas y miradas. Todo espontáneo y natural. Sólo ellos.

Después de la calma viene la tormenta.

No mentiría, todo su mundo color de rosa se derrumbó como un castillo de naipes, sólo bastó exponer el trabajo y que una pelota quedara atorada en la canaste de básquet convirtiéndolo todo, en un lindo acabose. Su poco camino trazado se perdió. Daiki realizó unos cuantos movimientos para llegar al balón, desde ahí, todos en el salón comenzaron a hablarle, incluso se vieron más animados cuando esté en una ocasión llegó enseñándole una canción de un nuevo grupo que había encontrado.

Todos le hablaban, le pidieron disculpas y pararon las bromas. Muchas veces se repitió que estaba bien, que el moreno no era una propiedad para prohibirle algo, pero intentar ganarle la guerra a la naturaleza era pedirle a la Tierra que dejara de rotar. Imposible.

Nada era como antes, Daiki ya no era sólo para él y aquello comenzaba a inquietar a su tigre a causa de las dudas y pensamientos nada bonitos entorno al moreno. Ni siquiera en el café le hablaba o se acercaba como antes. No miradas, no sarcasmo, nada. Ya no había nada para él departe de Aomine.

Sin embargo, lo que le llevó al límite fue una semana a finales de marzo, el moreno llegó oliendo extraño; no era el típico árboles, duraznos y café. Sólo el aroma a árboles y casi nada de café había en su cuerpo, pues existían diferentes aromas sobre él. No eran de sus compañeros porque para su desgracia los identificaba a la perfección, estos eran diferentes, todos pertenecientes a diferentes personas. Todas Alfas.

Tabaco, ron, tierra mojada, menta, chicle, yerbabuena, arena, playa, aceite de motor. Era una gran gama de perfumes, ninguna le pertenecía a su bonito Omega.

No podía con la furia, el dolor, la ira y un sinfín de sentimientos negativos como devastadores surgiendo dentro de él como un huracán. ¿Acaso Daiki no siente el lazo? ¿La necesidad de estar con él? ¿Quizá la naturaleza se equivocó con su pareja? ¿Quizá él entendió mal y confundió sus sentimientos?

Oso pandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora