El silencio era roto por dos llantos suaves. Kagami sonrió con melancolía por recordar un pasado divertido como turbulento, pues después de aquella ofensa siempre evito guiarse por los aromas, prefería guardar sus celos, tragarse la ira y preguntar de la manera más atenta el origen de ellos.
Cuando se sentía perdido, el peluche de panda le guiaba, era su alebrije, su guía espiritual ante su mar de dudas.
–¿Por qué lastimaste de esa forma a mami?
–Celos Ryo, los que hablaron fueron celos.
–¿El abuelo no te hizo nada? – Preguntó Ian.
¿Que si no le hizo nada?
¡Ja! Ese hombre junto con sus hermanos le advirtieron de la peor forma que si volvía a lastimar a Daiki ellos se iban a encargar de hacerle desear la muerte. Porque para su sorpresa, los olores que desprendía su moreno eran los de su familia, cuando ató cabos se golpeó contra la pared tantas veces que termino con un pequeño chichón en la frente. A veces era todo un idiota. Lo peor, sus padres al conocer a Daiki quedaron tan maravillados y enternecidos por él que a su propio hijo le amenazaron con desconocerlo si le hacia cualquier cosas o si este derramaba una sola lágrima por su causa.
¡Era inverosímil! Su propia familia protegía a su pareja en lugar de a él.
No podía quejarse. Después de esos dos días juntos, transformados o no, dio paso a una relación con altos y bajos. Su bonito Omega era todo un caso, tan testarudo, orgulloso y lindo. Ocultando su vergüenza detrás del oso panda que le regalo. Siempre aguantando las ganas de hacerlo suyo, pero nunca ignorando su apetito de besos y abrazos.
–Sus abuelos y tíos sobreprotegen más a los Omegas de esta familia por mi causa.
–¡Por tu culpa no puedo presentar a mi novio! – Le aguzó Ryo.
–¡¿Cómo que tienes pareja?! – El grito de los dos Alfas menores le causó gracia.
No intervino más.
La historia fue contada, quizá no comprendieron el punto central, pero al menos estaba seguro que cambiaría la forma de tratar a Daiki de parte de Ian. Si no funcionaba tendría que recurrir a sus padres y suegro. Salió de la habitación dejando atrás la pelea de sus hijos. Por él que se mataran, total, ahí el que mandaba era su pequeña Yuki. Bajó las escaleras, apago luces en el camino dejando encendida sólo la de la sala. Se encaminó al único lugar donde podría estar su Omega.
En el jardín, a un costado se situaba una pequeña cabaña que era usada por Daiki como estudio. Para su asombro, su pareja estudió arte, su sueño era ser un reconocido tatuador, que sus trazos tuvieran vida y voz sin opacar la esencia de la piel; y, para ello, necesitaba conocer las bases del arte. Él sólo le apoyó, le acompaño a buscar lo que deseara, le encantaba verlo tatuando, dibujando o pintando. Le parecía hechizante cada vez que tomaba lápiz, pincel, carboncillo o hierro.
Empero, lo que más amaba, eran sus tatuajes. Le gustaba muchísimo delinearlos, sobre todo después de tener relaciones sexuales. Su bonito Omega era todo un deleite.
Al entrar un choque de feromonas de durazno le atacó sin contemplación alguna. Respiro hondo. Cerró la puerta colocando la bufanda en la puerta. Buscó a su pareja, la encontró bajo las mantas hecho una bolita de pelos. Se acercó con calma, volvió a respirar profundo, su zorro se encontraba gimoteando. Lo tomo entre sus brazos y se sentó con él poniéndolo sobre sus piernas.
–Aun después de tanto tiempo, sigues siendo un zorro mimoso Daiki.
–¡No es verdad! – Ya no era un animal, sino un humano desnudo sobre sus piernas.
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Oso panda
FanfictionLa serendipia se mostró ante ellos tan brillante como el sol. Un fuerte puñetazo directo al rostro. El chico era un Omega en florecimiento y era suyo, su pareja. Era su todo. No lo iba a soltar, no ahora que lo había encontrado, pues por su condició...