Pasado 1

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¡Por fin!

Después de argumentar, rogar y hacer cuanta cosa sus padres le pidieron se encontraba de regreso en Japón. Sonrió como nunca e incluso se paseó por las calles como un niño en un parque de diversiones. Le gustaba U.S.A, pero nada se comparaba con las tierras que le vieron nacer y crecer hasta los cinco años. Le causaba risa las reacciones de las personas cuando pasaban a su lado, su ego se inflaba como un globo por los cumplidos susurrados pensando que no podía oírlos. Lástima, pero él era un Alfa sangre, sus instintos eran casi igualados a los de su animal, podía escuchar hasta el aleteo constante de un mosquito.

Sin embargo, lo que más amaba era cuando se transformaba, su tigre era enorme con rayas negras y un blanco inmaculado, sus ojos eran tan azules que parecían un par de cielos de verano en lugar de unos felinos.

No iba a negarlo, le encantaba haber heredado la naturaleza de su madre.

Regresaría a la misma academia, al principio la detesto, demasiado frívola y presuntuosa para su gusto, pero conforme fue conociendo comenzó a aceptarla e incluso le gustaba asistir a clases. Se levantaba temprano, lo cual era toda una odisea en California, pues su madre llegó al extremo de aventarle una cubeta de agua helada con cubos de hielo incluidos para poder levantarle de la cama.

Un frío despertar para su gusto.

Al estar frente al edificio de la Academia Tōō una lluvia de recuerdos inundó su mente, ¿aún habría un puesto en el equipo de básquet para él? Esperaba que sí, sino tendría que buscar otro deporte o actividad para hacer por las tardes.

El director fue amable, le dio la bienvenida y sus horarios, no necesito acompañante, pues recordaba la distribución de la escuela. Se acercó a su profesor quien le presentó ante sus compañeros de salón, quienes para su sorpresa eran los mismos que tuvo en primer año. Las sonrisas, cuestiones y abrazos no se hicieron esperar, mientras el profesor acomodaba sus cosas y encendía la computadora se dispuso a charlar con sus compañeros. Un año sin verse era mucho por escuchar y contar.

Algunos de sus amigos habían cambiado, unos dieron el estirón y otros sólo la voz o la constitución de su cuerpo sufrieron transformaciones. La clase iba por la mitad, la voz del profesor era la única que recorría el salón mientras algunos apuntaban y otros prestaban atención al pizarrón. Aquella tranquilidad fue rota por la puerta siendo abierta, acompañada por una fuerte respiración. La tensión era tangible.

La curiosidad de Taiga fue en aumento, pues nunca había sentido a sus compañeros exudar miedo e incomodidad. No obstante, todo quedó en el olvido en el momento en que el intruso se irguió, sus dedos perdieron el equilibrio del lápiz con el cual jugaba.

El chico era casi igual de alto que él, piel morena, cabellos azabaches y unos increíbles ojos azul marino, por un momento se sintió ante el imponente universo o mar. Su presencia imponía, su olor era el de un Alfa. La bonita estampa era mancillada por el labio roto y un pequeño riachuelo de sangre que escurría desde su cabello hasta la barbilla.

Una imagen grotescamente hermosa.

–Señor Aomine, llega tarde. – El profesor le reprendió mientras este ingresaba al salón.

–No se pudo evitar.

–Y yo no podré evitar poner un seis en su nota final.

La indiferencia del chico era extraña, le sorprendió que le contestara de tal manera, ya que en la cultura nipona, el profesor era un figura de respeto. Extraño y demasiado curioso.

El chico no contestó, sólo se peinó los cabellos hacia atrás, chasqueo los dientes al ver toda su palma manchada de sangre. La cual, terminó embarrada en sus pantalones, su camisa tenía varios puntos de la misma. Para su sorpresa, este se sentó en el asiento libre a su lado, quedando junto a la ventana. No pudo despegar su vista del accionar del chico, su tigre le pidió acercarse para cerciorarse que estuviera bien y después ir en busca de aquellos quienes osaron hacerle tal cosa al Alfa azulino.

Oso pandaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora