Capítulo 2

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Siento un ruido muy lejano.
Que se repite, una y otra vez, una y otra vez, que termina despertándome.
Miró hacia la mesita de luz y noto que era mi celular el que hacía ese ruido.

Tenía 5 llamadas perdidas en Messenger.
¿No hace falta que diga de quién son, verdad?
Por si no saben, las llamadas a las 5 de la mañana son de mi querido Julio.

Tal vez, más tarde lo llame.

Tengo muchísimo sueño y lo único que quiero hacer ahora es dormir hasta tarde. No pienso desperdiciar el hecho de que es sábado y no tengo clases.

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—Mamá, ¿no te pareció que papá estuvo muy callado ayer? —le pregunto, tratando de que me diga lo que sabe, esto de misterios entre nosotros no me gusta para nada.

—No, solamente está muy cansado —hizo una pausa—. Por el trabajo.

—Entonces está cansado... —repito apoyando los codos en la mesa y colocando mi mentón sobre mis manos— espero que no me estén ocultando nada, somos una familia y nos contamos todo, ¿no es así?.

—Sí... —dice ella mientras se pone de pie y se va de la sala.

Suspiro.
Sé que algo sucede.
Algo malo.

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Escucho el ruido de mi padre y mi madre hablando en la cocina, no sé de qué, pero podría decirse que están discutiendo.

Apago la televisión y me levanto del sillón.
Me escondo atrás de la puerta y trato de escuchar que dicen.

—Pablo, mi amor, está mal —suspira— hay que buscar otro método, otra forma.

—Tranquila... —dice mi padre tratando de acercarse a mamá pero ella retrocede.

—¡Estás siendo egoísta, no estás pensando siquiera en Ángela o en mí! —dice agobiada a punto de llorar— es muy injusto.

Mi padre la toma por la mano y la acerca a él. La abraza y le hace caricias en la espalda.

Mi madre se separa de él, ve que estoy espiándolos y dice:

—Ángela, saca de mi bolso dinero y
ve al supermercado, ¿escuchaste? —dice mi madre mirándome ¿enojada?

Salgo de atrás de la puerta y la veo.

—Pero...mamá... —digo confundida y ella se acerca a mí.

—Ángela, no seas como tu padre igual de testaruda. . .¿podrías hacer lo que te pido?

Mi padre se acerca a ella.

—Mariana, ¿por qué le hablas así? —se da vuelta y lo mira— no tiene nada que ver en lo que estábamos hablando tu y yo, así que no la metas en esto.

Yo sigo estática, mirándolos a ellos.

—Es igual a ti —y por primera vez, mi madre me miró con desprecio— ¿no vas a ir o vas a quedarte ahí parada Ángela? —escupe.

—M-mamá... —y tan rápido como dije eso, ella se acercó a mí y me dió una cachetada— ¡Que vayas dije!

Llevo mi mano a mi mejilla izquierda.
Arde, duele. Pero no más del dolor que me causa ver así a mi madre.

Pareciera que el tiempo se volviera más lento y veo a mi padre tratando de tranquilizar y mantener quieta a mi madre.

No lo pienso dos veces y salgo corriendo de casa.

Corro y corro.
Hasta llegar al parque más cercano donde para mi suerte, no había nadie.

Voy hacia el árbol más grande y me recuesto contra él, llevando mis rodillas a mi pecho, abrazándolas.

«¡Ojalá que esa enfermedad te lleve y más vale que te la lleves a ella también! ¡Muéranse ambos, idiotas, mal agradecidos, tú y esa plaga!»



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