—¡Mi amor, mi chiquita, mi niña! ¿donde estabas? —dice mirándome desde el marco de la puerta.
Levanto confundida la cabeza.
¿No estabas enojada conmigo hace un rato?—Mamá... —le digo sin mirarla —Sólo voy a subir y dormir.
—Mm, ve.
Subo las escaleras a una velocidad sorprendente, que cabe resaltar que nunca fui buena en los deportes.
Entro, cierro la puerta y me lanzo a la cama.
Muchísimas dudas aparecen en mi mente.
Pero una es la más importante:
¿Papá está enfermo?------
Mi cama es un desastre.
Estoy haciendo una tarea de geografía, y todos los papeles están esparcidos sobre ésta.
Justo cuando recuerdo una de las respuestas, suena mi celular.¿Le atiendo a este pesado o no?
—Ajá...—digo con cansancio.
—¡ÁNGELA! ¡AL FIN CONTESTAS!
Creo que, algún día, esos gritos van a dejarme sorda.
—Sí, creo...
—Te escuchas rara, ¿está todo bien?
—¡De maravillas! ¿Estás hablando con la persona más feliz del mundo, no?
—Eh...
—¡Pero sabes qué, me cansé!
—¡Me cansé de fingir que todo está bien, cuando no lo está!
—Ángela, ¿qu-
—No, no, ¡escúchame! Nadie en esta casa me escucha, mi madre parece bipolar, mi padre seguramente esté enfermo, ¿y qué hay de mí? —Me quiebro y empiezo a sollozar.
—La única persona con la que tengo más confianza eres tú, Julio, y no estás aquí ¡Me siento sola!
—¿Qué hago? ¡dímelo!
—Me mata escucharte así, pequeña, no debes sentirte sola, estoy apoyándote.
—Pero a la distancia, no es lo mismo —sonrío falsamente.
—¿Quién dijo que a la distancia, angelito mío?