Capítulo 2: Enzo Lorusso Degli Sposti

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La vida en el campo de batalla no era fácil. Y menos cuando estabas en dicho campo sólo por el gusto y disfrute de tu padre, quien había estado años antes. Porque claro, nada hace más feliz a un padre que su hijo sea de la misma forma que él. O incluso una forma mejorada. Pero Enzo no era así.

Enzo siempre había querido ser médico. No le gustaba matar personas, ni luchar contra ellas. Le gustaba ayudarlas, curarlas, darles cariño y recibirlo. Pero claro, qué importaba su opinión en una casa envuelta en un ambiente machista en que su padre tenía básicamente sometida a su madre, y a él comiendo de la mano, o si no acabaría viviendo en la calle.

Él había intentado advertirle. No se sentía preparado para la guerra, ni para el campo de batalla, ni siquiera para hacer la mili. Pero su padre no se convenció hasta que apareció por la puerta de casa con solo una de las extremidades superiores aún pegada a su cuerpo por culpa de una mina.

Por suerte para él, su familia tenía dinero. Mucho dinero. Vaya, eran ricos. Y gracias a esto, Enzo pudo acceder a permitirse una prótesis de metal. Al principio fue bastante duro, pues todo esto había pasado por el egoísmo de su padre, pero al final, dejó de importarle. Todo dejó de importarle. Había pasado de ser un chico alegre con doce años a ser un chico frío y serio a sus dieciocho.

De nuevo, gracias al dinero de su familia, pudo empezar a estudiar medicina. Pero incluso en la universidad, se centró únicamente en los estudios. Nada de amistades, nada de parejas, nada de nada. No le interesaba esto último, pues ni siquiera él sabía qué buscaba en ese campo. Solo se lo dejaba al azar.

Los años de universidad fueron aburridos, en parte. Se le daba bien estudiar, le gustaba mucho, pero como cualquier adolescente, necesitaba salir. Empezó las prácticas en su tercer año de carrera. Y ahí fue cuando empezó a recobrar parte de su alegría, de su buen humor, de sus ganas. Ser médico le hacía feliz.

Ver a una ancianita sonreír porque ya no le dolía la cadera, a una niña tras haberle dado una piruleta, a una familia tras haber ayudado a algún miembro de ésta. ¿Eso? Eso no tenía precio.

Una vez acabada la carrera, empezó a dedicarse a esto más seriamente. Pero quiso dedicarse alejado de su padre, lo máximo que pudiese. Porque mirarse al espejo, este simple gesto, le hacía sentir mal, miserable, desagradable, y todo por culpa de él. Por lo que cogió sus cosas y se mudó bien lejos del pueblo de sus padres, a uno bien lejos donde nadie le conocería ni le juzgaría en base a su familia.

Desde que tuvo el accidente con la mina, siempre había usado ropa de manga larga y guantes, buscando esconder esa terrible imperfección que él odiaba. Pero a sus veinticinco años, esto pasó a darle igual. La vida en su nuevo pueblo le había mejorado notablemente. Era un pueblo pequeño, con un centro comercial, un parque, un instituto y poco más, pero era un lugar que le hacía feliz. Empezó a mostrarse como realmente era, ganándose el sobrenombre de Mr. Robot entre los más jóvenes. Pero más que enfadarle, eso le hacía gracia.

Empezó a trabajar como pediatra en la clínica del pueblo, aunque también hacía de médico de urgencias si se le precisaba, e incluso había realizado algunas operaciones. Poco a poco se fue incorporando en el modo de vida de aquel pueblecito, y empezó a realizar algunas actividades gratuitas para concienciar a la población de que ir al médico si te pasaba algo, lo que fuese, no era algo malo.

Con esto volvemos a la actualidad. Había decidido hacer una revisión médica completa a todos y cada uno de los alumnos del instituto del pueblo, totalmente gratuita. Pero no sabía que se iba a encontrar con una persona transgénero. No en aquel lugar, y no en aquella situación. Cuando el chico, al que ya conocemos como Alejandro, se quitó la camisa, Enzo pudo observar los pechos de éste envueltos en tela de ropa normal y corriente. Al menos no eran vendas, pensó, pues eso era malísimo para el cuerpo. Se quedó un momento sin saber qué hacer o decir, y decidió ir a lo legal, a lo protocolario.

- ¿Me puedes enseñar tu carnet de estudiante, por favor Alejandro?

- ¡Claro!

Le respondió el chico, sacando un carnet que, obviamente, era falso. Enzo supuso entonces que no estudiaba, pero obviamente no iba a rechazarle un tratamiento. Pues este chico lo necesitaba y con urgencia.

- Bien. Hagamos una cosa. Sé que no eres estudiante. El carnet no cuela, chavalín. Pero pareces buen chico y creo que necesitas mi ayuda, así que mejor sal y espérame en la puerta. Iremos luego juntos a mi despacho y me contarás qué es lo que pasa exactamente, qué te parece.

Alejandro no tenía opción, así que simplemente salió fuera del recinto tras colocarse de nuevo la camisa y esperó al médico. No era malo del todo, pues al fin alguien se ofrecía a ayudarle. Pero lo que era más importante de todo; al fin alguien le trataba como quien realmente era. Como un hombre. Y esa es la parte que más le había gustado a Alejandro del misterioso chico que decía ser el médico del pueblo.

Red Thread (FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora