Capítulo 3: He/Him

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Esperó pacientemente al mayor en la puerta del instituto, sentado en uno de los bancos que había, mirando al cielo. Nunca había hablado con un médico de verdad, pero suponía, o esperaba, que tuviese la mente más abierta debido a su profesión. Enzo no tardó demasiado en salir, pues la clase en la que se había colado era la última que tenía que pasar la revisión. Cuando le vio salir, simplemente le siguió. El mayor no se notaba una persona de demasiadas palabras, pero eso a él no le molestaba.

De normal, el silencio era tomado como algo negativo. Pero al contrario del mundo, Alejandro disfrutaba de éste. Poder observar el paisaje sin necesidad de comentarlo, escuchar a los pájaros cantar, la brisa moverse, las hojas caer. Todo le parecía increíble sin necesidad de hablar sobre ello. Antes incluso de que se percatara, ya estaban en la clínica de la ciudad.

El despacho de Enzo estaba situado en la planta más alta de dicho lugar, así que estaban prácticamente solos en el lugar, ya que las consultas se hacían en la planta baja. Nada más entrar, Alejandro se sentó en una de las sillas que allí había, observando el lugar con una sonrisa de oreja a oreja, porque veía que pronto iba a haber mejoras en su vida, mejoras muy importantes. La voz del mayor le sacó del sueño, obligándole a prestar atención a lo que decía.

- Veamos, Alejandro era, ¿no? Primero que todo, no sé cuánto tiempo llevas eso en el pecho, pero, por favor, quítatelo. En serio, te puedes hacer mucho daño con eso. Déjame ayudarte empezando por quitarte eso. -dijo, seguido de un leve suspiro, esperando que le hiciese caso.

Pero no era tan fácil como un "quítate eso". Porque, si se quitaba la tela, sus pechos saldrían a la luz. Y eso no era para nada algo que él quería. Por otra parte, quería confiar en Enzo. Enzo le dejó su tiempo, pero no pasó demasiado hasta que Alejandro se incorporó, se retiró la camiseta y, acto seguido, las telas que cubrían sus pechos.

Enzo se incorporó enseguida y le realizó un par de pruebas para comprobar que no había dañado nada en esos años. Aliviado al verlo todo en condiciones, dejó escapar un suspiro, y se separó entonces del chico, para encontrárselo mirando hacia otra parte con un leve rubor cubriendo sus mejillas. Suponía que nadie, ni siquiera él mismo, había tocado esa parte de su cuerpo nunca. Más que nada porque seguramente la odiaba.

- Bien, tienes suerte, todo parece estar en condiciones. Pero has jugado mucho con tu salud con esos trapos. ¿Qué te ha llevado a hacer eso? Si hubieses acudido a un médico antes...

Ante esas palabras, Enzo recibió una mirada de desaprobación por parte del chico, cosa que le indicó que debería mantener la boca cerrada. Enzo había asumido que la vida de Alejandro había sido fácil, quizá que sus padres no le habían aceptado, poco más, pero lo cierto es que no tenía ni idea. Alejandro se puso la camiseta, esta vez sin las vendas, y se sentó frente al médico, dispuesto a explicarle su situación.

Creía que lo tenía todo controlado, hasta que llegó el momento de empezar a hablar. De recordar. Recordar cómo le habían abandonado al ser más joven, cómo le habían tratado en el orfanato, la cantidad de miradas de disgusto que había recibido a lo largo de su vida, los insultos, todo. No había un momento que pudiera pararse y decir, en este recuerdo me quiero apoyar para no desmoronarme. Y como no lo había, y no se pudo apoyar en nada, simplemente empezó a hablar, con una voz titubeante, preludio del llanto.

- No es como piensas. Si pudiese haber ido a un médico habría ido, claro que habría ido. -Esto último lo dijo mordiéndose el labio, evitando estallar.- Mis padres me abandonaron. Y en el orfanato en que estaba, solo me daban esa ropa. Con lo que sobraba, me hacía las vendas. Porque yo no soy Cintia, soy Alejandro.

No había dado muchos detalles, pero únicamente esos ya hicieron que Enzo le parase. Porque ante todo, había venido a ayudarle, no a hacerle sentir mal y miserable por querer ser quien quería ser.

- Está bien, no importa, ¿vale? Te voy a ayudar. ¿Qué me dices de ahora? ¿Vives con alguien, cómo te mantienes? ¿Tienes pareja, amigos?

- No vivo con nadie, no tengo pareja o amigos, solamente a mi jefe, y poco más. Vivo de lo que cobro en la zapatería en la que trabajo. Esa del centro comercial, la grande con las letras tan bonitas doradas en la entrada.

Enzo asintió ante la información, y entonces quiso empezar con temas más serios. Pero debía tratarlos con delicadeza, o se iba a ganar la desconfianza de Alejandro. Y eso era lo último que quería. Veía a aquel chico tan indefenso, tan falto de cariño, de atención, de comprensión, que se veía en la obligación de, al menos, intentarlo. Pero Alejandro no estaba poniendo mucho de su parte. Desde que había empezado a hablar de su vida se le veía más frío, más distante. A Enzo no le quedó otra que incorporarse, acercarse a él y abrazarle.

Para Enzo era solo un simple abrazo. Pero para Alejandro era la primera muestra de cariño que obtenía en sus dieciocho años de vida. No pudo aguantar más las lágrimas y empezó a llorar, con un fuerte y sonoro llanto. Todo era muy difícil, muy duro. Muchas veces había querido rendirse, tirar la toalla, pero no lo había hecho. Y aquí estaba hoy, ahora, a las puertas de una nueva vida. Un rayo de luz, que Enzo le ofrecía.

Tras dejar escapar todos y cada uno de sus sentimientos en forma de llanto, se calmó en brazos de Enzo, y fue cuando él aprovechó, se sentó frente a él y le pidió que le explicase qué pasaba.

- ¿Que qué pasa? Que nací con este estúpido cuerpo, con el que no me siento cómodo. Que estoy harto de ser llamado guapa, o bonita, o gilipolleces de ese palo. Porque tener esto -dijo, señalando los pechos- no quiere decir que sea una mujer. Aunque eso la gente no parece entenderlo. Y no me dejan en paz, intentando que acepte esta mierda y no me rebele. Pero no puedo más, este es quien soy, y me da igual a quien le pese.

Dijo con un tono de voz tranquilo, decidido. Había pensado en ello muchas veces. Más bien, la sociedad le había obligado a pensar y torturarse por ello. Enzo escuchó, atento, perplejo de que alguien tan joven pudiese acumular tanto odio. Pero no se lo reprochaba, pues no era su culpa.

- Escúchame, ya no te tienes que preocupar por eso, porque yo estoy aquí, ¿vale? Quiero que dejes de pensar en el pasado y empieces a mirar hacia el futuro. Un futuro conmigo lleno de comodidad y felicidad.

Alejandro sonrió tras eso y asintió con ánimo. Este chico era el ángel que había estado buscando su vida, en el que incluso había perdido la fé. Pero aquí estaba, ayudándole y animándole, con aquella bonita sonrisa y aquellas preciosas palabras.

Red Thread (FINALIZADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora