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El sol de primavera, hacía que el salir a pasear a Ducke, fuera una caminata de placer. Un momento del día, que tenía para poder dejar vagar su mente, sin tenerla atenta en ningún asunto o en su querido hijo, Daniel, de cuatro años.

Esa delicada brisa fresca, le revolvía la melena color miel, bajo la luz del sol, con unas caricias suaves. Agradables. Causando, que más de una vez, alzara su rostro hacia los rayos del sol.

Que calma. Pero sabía, que, en poco rato, se terminaría su respiro. O antes de lo esperado, gimió con un poco de disgusto, ante la melodía de su teléfono.

Dirigiendo su mano hacia el bolsillo de su fina chaqueta, sacó el aparato, para visualizar el nombre de su hermana, en la iluminada pantalla.

 -Dime Laura –Saludó con voz amable-. No –Respondió escueta, con el ceño fruncido, ante la petición de su hermana-. No insistas –Volvió a decir, mientras daba un tirón a su pastor alemán, para que dejara de intentar comerse aquel papel mal doblado, que había hallado en su camino-.No pienso acompañarte a tomar ningún café, para ser tú escudo –Soltó con tono enfadado-. Porque lo que deberías de hacer, es hablar con tú marido, en vez de hacer la tonta –Masculló entre dientes, al tiempo que sulfurada le daba una patada a la pelota de papel para apartarla del camino de su perro-. No me volví arisca con los hombres –Protestó veloz, volteando los ojos al cielo-. Es solo, que aún no encontré ninguno que no fuera idiota –Soltó con gran ironía.

Se agachó cuando llegó a la explanada de siempre, para soltar el agarre de Ducke. Sonriendo al ver el animal feliz, por juntarse con la misma pandilla perruna de cada día. Y volviendo a coger aire profundamente, tras haber dejado a su hermana hablar por un rato sin hacerle caso, que decidió prestarle algo de atención.

- ¿Pero sigues queriendo a tú marido o tienes dudas, con éste compañero de trabajo? –Preguntó con tono dulce, como dando su brazo a torcer, escuchando veloz, como su hermana se echaba a reír ante su locura-. ¡Oh, vamos! –Soltó con gran fastidio, pero sin poder esconder la sonrisa de sus labios-. Deja de reírte –Demandó con buen humor-. Pensé que tú te sentías atraída por ése nuevo compañero –Soltó una carcajada-. ¿Y no es tú compañero? Sí te escucho –Soltó divertida, ante la reprimenda de su hermana-. Solo que no escuché la parte, de jefazo –Calló pensativa por un segundo-. ¿Y para qué quieres que vaya yo? ¡Ah vale! –Respiró más tranquila, al comprender que también acudiría una amiga que tenían todos en común y hacía tiempo que no veían-. De acuerdo, mañana a las tres. Adiós, preciosa.

Guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, para disfrutar nuevamente de un rato de paz. Dejándose acariciar por la brisa y el ruido de las hojas de los árboles, a causa de ella. Suspiró con satisfacción, al sentirse a gusto. Sin rencor o dolor alguno en su interior.

Ya hacía un año y medio, desde su divorcio. Las cosas, habían acabado bien. Pero sí que es cierto, que después de tanto tiempo viviendo con una persona, se te quedaban arraigadas las costumbres del día a día, con ella.

Pero ya no. Se sentía libre, con ganas de volar en vivir dulces aventuras con su hijo. Y nadie, iba amargarla ni molestarla ya. Además, de llevar a rajatabla la promesa que se había hecho a sí misma. Nada de hombres, de aquel modo, no habría por el medio suegras para incordiar tú vida, porque ellas, así lo creían.





Tras dejar a su hijo en el colegio, condujo hacía el centro de la ciudad. Teniendo un margen de veinte minutos, para llegar a la cita del café con su hermana Laura, pudiendo ver a su amiga Gemma, después de cinco años sin saber de ella, por haberse ido a Londres a trabajar. Quien le haría sentirse tal vez, algo incómoda, sería el jefe de su hermana. Tampoco llegaba a comprender aún, qué pintaba él allí. De acuerdo, que también la conocía, pero ella a él no, y, además su hermana hacía escasos meses que trabajaba con él.

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