Capítulo V: Final

365 38 20
                                    

La comunicación siempre es el problema... Y esta vez, Felipe lo había entendido.

La manera en que Gabo lo confrontó le hizo darse cuenta que tal vez se había excedido; no estaba arrepentido de todo lo que le dijo. Él lo traicionó, él cambió, él no lo apoyó cuando lo necesitaba.

¿Pero llegar al extremo como Camilo lo hizo?, No, eso no. Él no iba a cambiar como Gabo lo hizo. Felipe seguiría siendo el mismo chico que salió de Álamo Seco, sólo que ya no confiaría fácilmente en las personas; hasta tus más fieles amigos te pueden traicionar cuando menos lo esperás.

Había llegado a lado de sus demás compañeros al IAD, recordó fugazmente cómo Gabo le había relatado con lujo de detalle —y más de una vez—, la primera vez que entró al instituto.

Fue imposible pasar desapercibidos, así que, al conocer aún a la perfección cada rincón del IAD, Ezequiel los guió por otro camino. Pasó lento por el lugar al percatarse de quién se encontraba allí. Quiso acercarse por un instante...

—Gabo —dijo una voz que no pudo reconocer.

—¡Julián! —respondió totalmente animado para después abrazarlo, ¿por qué lo estaba abrazando? Fabricó una expresión de repudio, «¿quién es ese tipo?» Se posicionó detrás de una columna observándolos fijamente—. ¿Qué hacés aquí? —Sonrió alegremente aún más cerca de él.

—Vine a ver la final.

—Hey, —llamó Alejandro para que Felipe volteara instantáneamente, sin darse cuenta que este llevaba una botella de agua en la mano, la cual tiró al girarse; provocando un ruido que hizo voltear a Gabo—. ¿Qué hacés?, Debemos irnos.

—Ya voy.

—Le pregunté a tus amigos por vos y me dijeron que estabas acá; —continuó el tipo—. Venía a desearte suerte. Tal vez nosotros no llegamos a la final, pero me alegro que sean ustedes quiénes se enfrenten a las Águilas. Todos los apoyamos; así que salí a esa cancha y rompela. No me cabe duda que sos un gran jugador. Suerte, Gabo.

—Gracias, Julián —agradeció dándole otro abrazo—. A ésta altura, tus palabras eran lo que necesitaba

Abrió más los ojos, sumándole el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada; estaba... ¿indignado?, ¿cabreado?

—Celoso —dijo Alejandro.

—¿Qué? —exclamó patidifuso.

—Que parece que estás celoso —rió inocentemente, pero Felipe se mantuvo serio e indiferente—. Es una broma, no tenés por qué poner esa cara. Mejor vení, a Félix no le gusta que los jugadores lleguen tarde.

Bufó y sin más remedio siguió a su compañero.

Cuando menos lo esperó ya se encontraba frente a lo que tanto había ansiado. Sí, ese iba a ser el momento en el que le enseñaría a Gabo, y a todos los Halcones, de qué estaba hecho. Él podía ser mejor que Lorenzo. Hoy le daría la victoria a las Águilas, ellos fueron quienes creyeron en él, y no los iba a defraudar. Tal vez fue algo del destino que su número cinco se lesionara, si no fuese por esa lesión, probablemente no tendría lugar en el equipo.

Las cosas resultaron más complicadas de lo que pensaba. Apenas hace unas horas se había dado cuenta de lo que en verdad sentía; un día antes no podía dejar de pensar en enfrentar a Felipe en la cancha, ni siquiera quería seguir esperando, ansiaba tanto ponerlo en su lugar... ¿y ahora?, El verlo ahí, entrando a lado de todos los integrantes de las Águilas, torturaba su corazón. No deseaba verlo ahí, con ellos y como su rival.

     Su mente le jugó una mala pasada, y por un ínfimo momento vió a un Felipe de diez años, corriendo hacia él con el balón en mano, esperando a que jugaran un partido, sólo ellos dos... tal vez era lo único que necesitaba, estar solos una vez más.

—¿De verdad vas a hacer esto? —Le preguntó mirándolo con los ojos entrecerrados por el brillante sol.

Felipe movió su labio inferior pareciendo no importarle, —¿y por qué no lo haría?

Sin interés le dió la espalda y caminó para formarse. Le dolía demasiado, debía admitirlo y aceptarlo. No soportaría más estar así, con sus sentimientos escondidos queriendo salir de él como una explosión volcánica. «Concentrate, Gabo.»

El partido se tornaba totalmente violento. Jamás lo había visto jugar así. Tenía tanta fuerza y energía; lograba engañar a los defensores, pero a él no lo iba a burlar tan fácil. Lo cual demostró cuando se libró del agarre de Ciro, y posteriormente, al escuchar los gritos eufóricos de todos los que apoyaban a los Halcones.

—¡¡¡Gol!!! —gritó a todo pulmón.

Se sintió invencible en ése momento, pero su alegría se convirtió en preocupación al ver cómo, justo Felipe, le daba el primer gol a las Águilas. Hubieran sido dos, si no fuese por Dedé.

Ahora era todo ó nada.

Uno a uno.

La moneda estaba en el aire, y el ansiado desempate se sentía en forma de tensión. Un ardor en su pecho y su corazón palpitando casi al grado de atravesar su propia piel, se hicieron presentes; así se lo imaginó, «este es el momento» —¡Valentino! —gritó al arquero para que éste le mandara el balón—. Es ahora —dijo para sí mismo. La emoción lo dominaba, los nervios también. Lo estaba haciendo, su jugada, esa que tanto planeó. ¡Había pasado a Ezequiel! Este era, ¡este era el desempate!... y de la nada, todo se esfumó. El silbato sonó indicando la falta.

Esa fue la primera.

Las cosas no siguieron como lo esperaban. Toda la fe quedó puesta en Valentino y el destino actuó, haciendo que parara el balón mandado por Ezequiel. No sabía si reír, ó llorar del nerviosismo. Dedé corría solo a toda rapidez y el arquero detrás de él. Se sentía tan feliz, este iba a ser el siguiente gol. Y una vez más... —¡Dedé! —gritó espantado. No, no lo podía lesionar, no Felipe, no a Dedé. Vió a todos sus amigos gritándole al árbitro que lo expulsaran por la falta.

Se sintió dividido, y cuando la tarjeta roja se marcó, supo de qué lado tenía que estar.

—Felipe, ¿cómo pudiste...?

—¡Callate, imbécil! —espetó insensible, enojado y con tanto rencor—. ¡¿No te das cuenta que lo arruinaste todo vos?! No te quiero ver nunca más en mi vida, ¿escuchaste? —Enfadado se dió la vuelta. Gabo apretó los labios conteniendose, pero no pudo más.

—¡Sí, sí te escuché! —gritó tomándolo del brazo, haciendo que se girara hacia él—. Pero hay un problema con eso —dijo sujetándolo más fuerte que nunca—, yo te quiero para siempre en mi vida —sin importarle nada le arrebató el más feroz beso, que un segundo después, Felipe correspondió.

Aquello fue como una descarga de tanto dolor que se habían causado entre ellos.

No le interesó lo que todos dirían, ni sus rivales ni sus amigos. Ahora sólo eran ellos dos, demostrando que no les importaba nada ni nadie. Haciendo ver que todo por lo que​ pasaron y lo que hicieron el uno por el otro, son las cosas que hacemos por amor.

The things we do for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora