Capítulo IV

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Estaba harto de ser el del corazón roto, aquél que siempre tenía la mirada perdida pensando en su tristeza, en cada problema. Odiaba ser el que debía sufrir.

El fútbol siempre era lo que le distraía o calmaba, pero ahora... Ya no existía algo que pudiese quitarle éste vacío, éste dolor. Tenía su número y el teléfono estaba en su mano, «no, no ésta vez. Que haga lo que quiera.» Guardó su celular en la mochila, y la dejó en la desordenada cama que tenía. Hoy iba a alejar su mente de cada problema, iba a alejar su mente de Felipe...

—No, no tengo un minuto —espetó el once.

—Escuchame —caminó a su lado—, no sé qué te habrá dicho Gabo —Felipe se tensó al escuchar ese nombre— de mí, pero sí sé que Lorenzo no te agrada —el rubio dejó de caminar en ése instante; no dudó en mirarlo detenidamente. Había dado en el clavo—. Te espero en la plaza de aquí cerca, si querés escuchar mi propuesta, claro. Camilo se fue posteriormente. Frunció el ceño indeciso; le producía gran curiosidad saber qué tenía planeado... «¿Qué pensas, pelotudo? Lo que les hizo a los chicos no se te debe olvidar.» Intentó sacudirse los pensamientos tentadores de irse con el chico.
    La tentación no lo abandonó, una vez salió del instituto se dirigió a verlo. Sí, era el momento de cobrar la traición de Gabo. Nadie le engañaba, él se estaba quedando en los Halcones por Lorenzo; su ceño se fruncía y sus dientes se apretaban cuando pensaba en eso. Pero algo sucedía después... Remordimiento. Estaba enojado, sin en cambio, no quería decir que debía volverse loco por la venganza como Camilo. Se paró a mitad de la caminata. ¿Estaría haciendo lo correcto? Una ráfaga de inseguridades, pros y contras atacaron su mente y sumamente dubitativo, decidió regresar. No iba a hacer eso, no iba a terminar como el mediocampista.

—¡Hey! —«Ya me vió»— Felipe —torció la boca, esa no era la voz de Camilo—. ¿Cómo estás? —preguntó Lorenzo. Pudo ver detrás de él a Lucas y el pequeñito que siempre lo adulaba, ambos respaldandolo. ¿Qué querían ahora? Ni siquiera empezaba la final y ellos ya comenzaban a buscarse problemas. Se reprendió mentalmente, traía la campera de las Águilas y se suponía nadie debía saber que estaba con ellos hasta antes del partido.

—¿Qué querés? —espetó mirándolo fijamente. No le tenía miedo a Lorenzo, y estaba dispuesto a demostrarselo.

El mexicano le sonrió tan arrogante y narcisista como normalmente era, mas esa sonrisa se desvaneció. Logró ver un destello de incertidumbre y odio en sus ojos, su mirada fue intensa, podría asustar a cualquiera, pero no a Felipe, él no iba a ceder.

«¿Qué hiciste, Gabo!» Sabía muy bien que cometió un error, pero qué bien fue hablarle así a Lorenzo. Únicamente no contempló la demasía del mexicano en cualquier acto infantil; no dudaba que iría a buscar a Felipe. Aunque aún faltaba más de la mitad del entrenamiento, y el tiempo en los vestuarios para indagar si estaba planeado algo violento e impulsivo. Pero no pareció dar hincapié a fabricar un plan estúpido, lo cual se le hacía mucho más sospechoso. Sí, sonaba paranoico y descabellado, sin en cambio, con el nueve nunca se sabía.

Lo siguió cautelosamente a lado de Ricky y Dedé; se separaron cuando estuvieron cerca del instituto de las Águilas. Imitó los pasos de Lucas, él nunca se daría cuenta de que lo iban siguiendo.

—¡Hey, Felipe! ¿Cómo estás? —preguntó Lorenzo.

—¿Qué querés? —espetó mirándolo fijamente.  Conocía lo suficiente a Felipe para saber que se estaba preparando para pelear.

—Hablar —respondió con un tono burlón. Movió su mano; aquello fue una señal para que Adrián y Lucas se acercaran de forma abusiva—. Queríamos conocer a la nueva estrella de las Águilas Imperiales. ¿Por qué no festejamos que ahora eres parte de ellos?

The things we do for loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora