Hemos llegado a Dunquerque, una ciudad en la costa francesa, cerca de la frontera con el Imperio Alemán. Tanto a Adam como a mí nos destinaron a la segunda línea de trincheras. Había tres líneas: la primera atacaba y recibía los ataques de bandos contrarios; la segunda era la línea de refuerzo, que en cualquier momento podrían pasar a la primera para relevar a los soldados; y por último estaba la tercera línea, que era la de reserva, donde se trasladaban a los heridos.
Llegamos a las trincheras. Había soldados sacando brillo a los rifles, otros comían, otros se entretenían como podían y otros tantos comprobaban los inmensos cañones de artillería, asegurándose de que no estuviesen cargados para evitar desgracias entre nosotros.
-Saludos, jóvenes soldados. Están aquí para defender a nuestra patria, como obviamente sabrán. No queremos niñitas, así que alguno de ustedes no tiene lo que hay que tener para hacerle frente al enemigo, puede irse por donde a venido, ¿entendido?-gritó un hombre, que tenía pinta de ser el que mandaba-por cierto, deben dirigirse hacia mí como comandante Bullock, ¿está claro?-
-Sí, comandante Bullock, señor-contestamos todos a la vez, poniéndonos firmes y haciendo el saludo militar.
-Descansen y rompan filas, soldados-dijo él, marchándose.
Mientras veníamos, me imaginaba las trincheras de una manera diferente. La realidad era otra: olor horrible, falta de higiene y ratas. Me giré para que no me viesen intentando contener el vómito que luchaba por salir.
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Diario de un Soldado
Ficción histórica1915. Alan Jones es un joven de 28 años que un día es enviado al frente, como parte del reclutamiento. Estando en las trincheras, decide escribir cada suceso, a modo de cartas, dirigidas, en un principio a su familia.