Retrospectiva.

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Estaba impresionante. Deslumbrante.

Un diseño de Elie Saab al color del ébano se adaptaba perfectamente a su etérea silueta, resaltando sus hipnotizadores ojos. El cabello ambarino tan propio de ella caía con gracia en delicados rulos sobre su espalda desnuda. Un brazalete firmado por Cartier adornaba su muñeca y un par de Jimmy Choo eran los encargados de enaltecer a la chica más hermosa de París.

Me sonrió con coquetería en cuanto notó la expresión de fascinación que no me esforcé en disimular.

Se había vestido para conquistar la noche.

—¿Y? ¿Cómo me veo? —Tuvo el descaro de preguntar, dándose una media vuelta que sacudió con ligereza los radiantes detalles del atuendo.

Endurecí la mandíbula antes de pasar saliva.

—Estaba por decir algo indebido, pero no era la clase de cosa que se le dice a una dama. —Pensé en voz alta.

«Hace mucho que no trato con una.»

—Dilo. —Exigió.

—Ese vestido es perfecto, pero lo sería aún más tirado en la alfombra de mi habitación.

Contrario a lo que pensé, Astrid no se inmutó, sino que se echó a reír sin moderación.

—Eres un vulgar. —Alcanzó a decirme— Un vulgar sin originalidad. Eso es lo que dice que el protagonista descarado en las novelas, justo cuando la chica está radiante.

—Tienes razón. A la próxima trataré de pensar algo mejor.

—O puedes tratar de copiar a Mr. Darcy o a Mr. Rochester. —Me concedió su mano.

—Creí que Rochester no te gustaba. Dijiste que era un tonto, un "demasiado cobarde para tu gusto". —Comenté una vez que nos dirigíamos a la salida.

—Pero amaba a Jane Eyre.

«Y yo te amo a ti.»

—Sólo debió haberle dicho la verdad —fue lo único que atiné a decir.

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