31-12-2049, 15:59, Facultad de Matemáticas e Informática

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Max se quitó las gafas de golpe, sin poder creer lo que había visto. Estaba sudando. Cuidadosamente, dejó las gafas encima de la mesa y apagó la maquinaria que iba conectada a las gafas.

Era la primera vez que había utilizado su invento, el que le haría famoso y ser recordado cómo el hombre que podía ver el futuro. Se había pasado todo el año, o más, Max ni se acordaba, trabajando en ello, todos los días y el esfuerzo invertido en ello, para que viera aquello. Cabía la esperanza de que el invento de Max se equivocara, pero él mismo sabía que lo había programado demasiado bien para que fallara.

La experiencia de ver lo que pasaría en ocho horas le había dejado mareado, así que abrió la ventana del laboratorio para que entrara aire fresco. Se asomó, y estuvo un buen rato observando el vaivén de profesores y estudiantes que paseaban por el pequeño patio del edificio.

Se obligó a volver al interior del laboratorio. Si lo que había visto era cierto, tenía que avisar a la policía enseguida, pero en parte tenía miedo de que su invento fallara y/o que no le hicieran caso, ya que un joven de 22 años que asegura haber visto el futuro con su invento no debía sonar muy creíble. Para ver si había sido un daño del sistema, decidió volver a probar las gafas, aunque eso significara que tendría que volver a ver como moría.

Se acercó al ordenador y volvió a programar la fecha, el 31-12-2049 a las 23:59.

Oyó el pitido de que se había aceptado la fecha, se volvió a poner las gafas y se preparó para ver lo que pasaría.


8 horas después...

Max se asombró por segunda vez de la gran fiesta que había en la última planta del Hotel Arts. Hace algunos años se había renovado el tejado del rascacielos, transformándolo en un gran mirador. El mirador estaba repleto de gente celebrando el año nuevo, bailando, preparando las uvas, bebiendo, o simplemente celebrando el último minuto del año. Max se encontraba en el centro de la fiesta, al lado de una chica de pelo rubio, alta y con unos penetrantes ojos azules. Max no había visto a esa chica jamás, nunca, ni en la Universidad ni en la calle, pero por la expresión de la chica se notaba que habían compartido muchos momentos, algunos buenos y otros muy malos. Ambos iban vestidos de forma muy elegante. De repente comenzaron a mirar por todas partes, buscando alguna cosa. Max visualizó el dirigible que se acercaba por el horizonte. Como innovación, y sobre todo reclamo turístico, habían rehabilitado un antiguo dirigible con una pantalla de unos tres pisos de grande para que diera la cuenta atrás desde diez. Después de eso, una mujer de tez oscura, con pelo moreno y un vestido rojo chillón agarró a Max de la camiseta. Max se soltó, y él y la chica se abrieron paso a través de la gente, para intentar llegar a la plataforma donde estaba el D.J., dónde su compañero de piso y amigo Xavi ponía la música. A continuación, la cuenta atrás del dirigible comenzó. Cuando iba por el 5 Max se giró hacia la chica, le dijo algo, y justo cuando llegó al cero, hubo un temblor enorme, y vio como el rascacielos explotaba, lanzando el mirador hacia el suelo de la ciudad.


De regreso al presente...

Max se volvió a quitar las gafas, esta vez no tan asustado. Decidió que lo primero que debía hacer era cronometrar lo que quedaba de tiempo. Encendió su Watchlet y puso el cronometro en siete horas y cincuenta y tres minutos.

A continuación, salió del laboratorio y cerró con llave. Se dirigió corriendo a la salida, y de mientras buscó por Emaps la comisaría más cercana. Estaba pasada Plaza Cataluña.

Salió de la universidad, un antiguo edificio de piedra roja construido hacía siglos que más bien parecía un palacio, y cruzó el intenso tráfico de la Gran Vía. Estaba llena del nuevo modelo de taxi autónomo, el Edriver, gratuitamente promovido por el Ayuntamiento para disminuir el tráfico de la ciudad. El Edriver estaba conectado a Emaps y, básicamente, con la aplicación del Edriver pedías un taxi, llegaba hasta tu ubicación e introducías la dirección a la que querías ir. Continuó corriendo por la Ronda de la Universidad, no tan llena de tráfico. Atravesó rápidamente la Plaza Cataluña, llena de gente que iba y venía. Vio el cartel tridimensional del Corte Inglés, anunciando rebajas del día de Reyes, y las fuentes, más emocionantes que nunca gracias a los hologramas que se añadían al agua. Atravesó el Passeig de Gràcia, tan concurrido como siempre, y a la altura del Teatre Borràs, giró a la derecha y se preparó para recibir todas las burlas posibles.

8 horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora