Sacrificios
Después de eso, decidí que sería mejor apartarme y dejar que Tom la hiciera feliz.
Sara se dio cuenta y me preguntó muchas veces el porqué de mi comportamiento, pero yo me limité a ser cortante. Me dolía en el fondo de mi alma el tener que ser así con ella, mas había llegado a la conclusión de que mis sentimientos terminarían destruyendo esa amistad de todos modos y era mejor retirarse con honor.
El amor no siempre es correspondido y el dolor puede llegar a ser mortal. Es de valientes arriesgarse a amar, pero no siempre es la mejor opción; a veces es más sabio retirarse de la batalla en el momento indicado. Y fue eso lo que me repetí una y otra vez cada ocasión que la tuve cerca.
La falta de Sara me arrastró a una depresión que no supe describir, era como si mi mundo de repente se hundiera en las tinieblas. Debí entender en ese momento que ella era mi Sol, pero fui tan estúpido de pensar que la superaría con un par de palabras cortantes más.
Obviamente no sobreviví mucho con esta convicción, pero desearía haberlo hecho, porque hasta el día de hoy me arrepiento de las consecuencias de mis acciones egoístas. En ese tiempo vivía en agonía por la falta de la mujer que amaba, y sigo pensando que fue eso lo que me orilló a colapsar.
Sucedió una noche de Diciembre, la del 8 para ser más exactos. Mi mente me había llevado a la pérdida de mis convicciones y, un poco alentado por el alcohol, me llevó a casa de Sara. El tiempo era lluvioso y la hora no la recuerdo exactamente, pero lo que si recuerdo fue lo que hice.
Toqué la puerta de su casa con un ritmo insistente, la lluvia me tenía empapado y mi cuerpo comenzaba a tiritar, pero no era importante para mí. Sara no se demoró más de dos minutos en atender a mi llamado, me miró y se abalanzó a abrazarme sin decir nada. Estuve un momento paralizado por su acción, pero pronto reaccioné.
- No me abraces, hace frío y yo estoy mojado. – le dije mientras la apartaba de encima mío. Mi tono era apagado y lúgubre.
- No me interesa, – respondió abalanzándome sobre mí de nuevo – te extrañé más de lo que podría llegar a preocuparme de una gripe.
- Pero no más de lo que yo me preocupo por ti. – dije finalmente deshaciéndome del apretón de sus brazos – Solo tengo algo rápido que decirte.
- ¡No! – me gritó de repente. – No más mensajes rápidos y cortantes, tú vas a pasar, te vas a poner cómodo y vamos a conversar sobre tu comportamiento.
Algo dentro de mí quería pasar y calentarse junto a ella, pero otra parte quería huir y abandonar la misión suicida que, exaltado por el alcohol, estaba realizando.
- No vine para quedarme Sara. – dije acariciando su cabello.
- Hueles a alcohol y estás todo empapado. ¿Está todo bien?
Pude ver una lágrima a punto de salir de su ojo y fue entonces cuando tomé una decisión. Hui hasta desaparecer de su vista y caí rendido sobre el pavimento, como un auténtico cobarde. Me tomé mi tiempo, sentado y con la cabeza entre mis rodillas, para recobrar el aliento. El agua caía sobre mi espalda y mi respiración comenzaba a dificultarse, cuando una mano misteriosa me acarició el brazo.
Alcé la vista asustado y me topé con sus ojos zafiro, que tanto sufrimiento me venían causando. Sara tenía el cabello mojado y una sonrisa benevolente, era como apreciar a un ángel.
- ¿Crees que es tan fácil huir de mí? – me dijo.
- No pensé que me seguirías bajo la lluvia.
- Te seguiría hasta el noveno círculo del infierno, estúpido.
Mi corazón se detuvo por un segundo y mis ojos se cerraron tratando de conservar ese momento para siempre. Tomé su rostro entre mis manos y le robé el ansiado beso, que tantos sueños me había robado. Era el escenario perfecto de la ocasión perfecta del beso perfecto, pero no duró demasiado. Ella tiró su cuerpo hacia atrás, en un exitoso intento de liberarse de mí, y cayó sentada frente mío. Sara me miraba estupefacta.
- ¿Qué fue eso? – me preguntó.
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Tinta Oculta
RomanceLas calles de Madrid pueden desenvolver historias impensables,ni hablar de las de Boston.