Son las diez y media de la noche, en abril. El sol ya se ha retirado en el parque, donde Nairo empuja a una niña de seis años en el columpio, su hija.
Ella, Lucía, sonríe a cada balanceo y le pide a su padre que la empuje cada vez más fuerte: «¡Hasta el cielo Papá!», solía decir. Nairo, viendo la felicidad de su hija, sonreía también sintiéndose completo.
Los minutos pasaban, pero Lucía no se cansaba de ese columpio, su favorito, donde su inocencia hacía posible hasta el más utópico de sus sueños.
La hora de marcharse llegó. Y Nairo, acompañado por sus cuidadores, subió al coche para regresar al hospital psiquiátrico donde pasaba sus días.
Dejaron atrás el parque, y con él el columpio. Donde dos años atrás, una inocente niña que jugaba con su padre, salió disparada y se abrió la cabeza.
Hasta el cielo, papá.