Suena el móvil. ¿Donde lo he dejado? En el salón no está, puede que en la cocina... Abro la puerta y me dirijo a la nevera, tengo sed. Me sirvo un vaso de agua y continúo la búsqueda. ¿Debería llevarme un cuchillo? No, no me hará falta.
Miro en ambos baños, en cada rincón, incluso dentro de la taza. Pero el señor Roca tampoco esconde mi teléfono. Sigue sonando, el politono ochentero (retro lo llaman ahora) suena cada vez más fuerte, debo estar cerca.
Paso por delante de mi habitación, pero no hace falta que entre, sé que no está ahí. El cuarto de mi madre está en silencio, está dormida. Entro sigilosamente y rebusco en silencio, ni rastro del móvil.
El politono empieza a cansarme. ¿Y si me lo he dejado en la oficina? Imposible, no lo oiría desde casa. Pero aún así decido ir a buscarlo allí, instinto de supervivencia, se llama. Salgo a la calle y aún lo oigo, es una gilipollez lo que estoy haciendo. Comienzo a caminar y el sonido no se va, ni baja el volumen. La musiquilla se me ha metido en la cabeza... espero.
En efecto, llego a la oficina y sigue sonando. Mis compañeros de planta, a mi llegada, me piden por favor que pare el maldito ruido del teléfono. Lo oyen, está aquí. Debería pararme a pensar entonces cómo lo he escuchado yo desde casa, pero me centro en encontrar mi Nexus 5.
No está en mi escritorio, ni en mi cajón. Incluso desmonto la torre del ordenador para ver si se ha metido de algún modo. Miro en los aseos, los cajones de mis compañeros, sus mesas... nada.
Mi jefe entra de pronto muy enfadado. Empieza a gritarme y a exigirme que apague el ruidoso móvil, que no le deja trabajar (¿desde cuándo ha trabajado el jefe?). Al decirle que no lo encuentro, me lanza al suelo de un empujón. Mis compañeros, exasperados, comienzan a darme patadas y a insultarme. Salgo de ahí como puedo, y dolorido, vuelvo a casa.
¿Quién será el que lleva llamándome dos horas? El volúmen se hace insoportable, y parece que viene de mi cuarto.
Subo las escaleras preguntándome como puede seguir mi madre durmiendo tan tranquila con este ruido, ¿estoy loco? No, no lo estoy.
Abro la puerta de mi cuarto y encima de la cama lo veo, mi Nexus 5 está recibiendo una llamada. Me acerco a responder y justo cuando tengo el móvil en la mano, lo entiendo todo.
«Bien jugado, Jeff», es lo último que digo antes de sentir un cuchillo clavarse en mi espalda.