Callejear, ir de calle en calle sin necesidad.
Así van hoy nuestros personajes, callejeando. Pues los dos saben que han perdido para siempre lo que más amaban y el único consuelo es ir por ahí, acompañados tan sólo por la Luna, que parece que con su brillo se burla de ellos en esta noche tan triste.
Y es que no hace mucho, solamente unas horas, ambos tenían un mismo objetivo con el que aún podían soñar. Y era un sueño que no podían compartir, sólo podía gozarlo uno. Y esto les ocasionó muchas peleas, llegando incluso a las manos. Por eso los dos tenían visibles cicatrices en la cara, pues la noche anterior habían tenido que separarlos para que no se mataran entre ellos.
Aunque ahora lo pensaban, ¿todo el tiempo que han perdido peleando y discutiendo no podrían haberlo invertido en ella? Es un pensamiento que los dos tuvieron a la vez, y que una sola mirada entre ambos informaba al otro de ello. Ambos comprendieron que, sencillamente, eran imbéciles. Imbéciles por obsesionarse tanto con aquello que sabían que no iba a durar para siempre: la vida. Pues la muerte nos llega a todos tarde o temprano. Y cuando llega, los principales afectados son la gente que quería al fallecido, fallecida en nuestro caso. Y estos dos amigos, compañeros, conocidos o lo que quiera que sean, están hundidos, muy hundidos.
Doblan una esquina y se encaminan, puede que sin querer, al puente del Gorrión, famoso por sus numerosos suicidios al tratarse del más alto de la ciudad.
No han cruzado palabra desde que han salido del tanatorio, se comunican con miradas y con alguna que otra lágrima. Y tampoco fue necesario hablar para mostrar sus intenciones al detenerse en mitad del puente. Sus caras en ese momento habrían hundido hasta al más enérgico señor que por allí pasara, pero aquella noche no andaba nadie por esas calles. Y es una lástima, porque podría haberles salvado la vida, al menos... a uno de ellos.
Una mutua mirada entre los dos sirvió de despedida. Entonces el que parecía un poco más mayor le dijo algo al otro por primera vez en muchas horas: "¿Tú primero?". El otro asintió y se dispuso a saltar, no sin antes una breve conversación entre ambos.
-Adiós amigo -dijo el que estaba ya al otro lado de la barandilla-.
-Venga, hazlo ya que después voy yo.
Y en esos momentos, el joven se desplomó puente abajo. Sintiendo una sensación de caer y... ¿arrepentimiento?, puede que se precipitara al quitarse la vida, pero para su suerte sus últimas dudas duraron poco. Se oyó un ruido seco y el otro chico supo que su compañero había fallecido.
Ahora era su turno... o no. Con una gran sonrisa dibujada en su cara dijo por lo bajo: "cuanto te ha quedado por aprender", y se dirigió a su casa con la mayor satisfacción de su vida. Pues se había librado de su mayor estorbo de una vez por todas. Aunque eso implicó tener que matarla a ella, pero a fin de cuentas, ¿acaso no ha sido divertido?