Cap. 10: Recorrido por la flor caribeña.

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Después de esa lluvia de estrellas dejé de recibir recuerdos al azar, como si se hubiera extinto con el último lucero que cerró la noche y dieran paso al nuevo día con los primeros rayos, el amanecer

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Después de esa lluvia de estrellas dejé de recibir recuerdos al azar, como si se hubiera extinto con el último lucero que cerró la noche y dieran paso al nuevo día con los primeros rayos, el amanecer.

¡Ya no aparecían más! ¡Capish! ¡Capush! ¡Desaparecieron!

Pero no mis esperanzas, aunque el cielo de la madrugada me marcó un mal comienzo del día, no me iba a rendir en buscar al chico sin nombre que tanto había presumido mis sueños esa lejana noche. Lo encontraría, era un hecho. Aprovecharía cada rastro de tiempo que me quedaba en mi "visita" a mi pequeña Venecia.

Marcada la trayectoria a nuestra meta, May me dio un aplauso, orgullosa, y sacó de su maleta, en papal doblado en cuadrados, la cartelera soñadora, ésa en la que habíamos trabajado en Miami desde que desperté del accidente. Ubicamos en los espacios los recientes sueños que había tenido desde que llegamos a nuestro país natal, unimos hilos y en una buena idea decidimos algo que nos costaría mínimo un día y por lo tanto necesitaríamos varias cosas, entre ellas un transporte.

—No, no, no. Me niego —Se rehusó completamente mi hermana.

—¿Qué? Pero May...

—No, ya dije.

—A ver —Respiré, aclarando mis ideas para buscar la fuente de su negación con la mente fría—, ¿por qué no puedes pedirle a Ricardo que nos lleve?

—Porque no es no.

—No, es sí.

—¡No, es no y ya! —Se alteró, sentándose malhumorada en la cama conmigo de nuevo.

—Mayriol, vamos —Insistí, necesitaba convencerla—. Es por una buena causa.

—Lo sé, pero... No-no quiero molestarlo —Se tiró a la cama tomando la almohada, tapándose la cara.

Alcé una ceja, había algo raro que no me cuadraba de todo esto, al fin y al cabo, no hacía un par de horas esos dos parecían pinky y cerebro jugando a quien contaba más estrellas fugaces mientras corrían uno detrás del otro, tal cuales niños de preescolar y, ¿ahora ella se rehusaba a pedirle un favor? Extraño. ¿Gato encerrado? Si. ¿Empanadas? Dos por favor. ¿Hotel? Trivago.

—¿Pasó algo? —Mordí la arepa, estábamos desayunando—. ¿Qué cosa te hizo para que no quieras verle ahora? ¿No eran best friends forever?

—Ay, Milagros, por favor mastica y traga —dijo asqueada, había hablado con la boca abierta.

—Respóndeme, entonces.

—Bien —bufó y sonreí luego de tragar. Era fácil hacerla molestar.

—No quiero llamarlo —Estaba tal cual vivo tomate.

—¿Por qué? —Interrogué.

—Porque de madrugada, cuando Asim y tú compartían el telescopio, él... Me besó.

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