Parte 1

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José se había terminado la novela: El eje central era una chica hospitalizada con una enfermedad terminal que, después de un intenso acto de fe recuperaba milagrosamente su vida anterior. La verdad era que Carla le había sorprendido; la novela, aunque quizá repetitiva, imaginaba a su personaje con una realidad muy vívida:

Por poner un ejemplo, la novela describía des del aturdimiento que sentía cuando le subministraban sedantes hasta la sonrisa lánguida que asomaba a sus labios al ver el musculoso hombre con el que compartía habitación. Gracias a este realismo, en poco tiempo el libro de Carla había obtenido casi un millón de ventas: Cada vez José y Carla podían llevar una vida más lujosa, y esto junto al hecho de que Carla iba publicando cada vez más libros creaba un círculo vicioso del cual la pareja se aprovechaba. Por este motivo, José sentía remordimientos porque realmente él no había aportado en nada a sus ganancias, de modo que decidió regalarle un libro de su propia creación por su aniversario.

Fue un error absoluto. José se pasaba las noches y los días sin encontrar un argumento lógico para su libro: Sufría la fobia que todo escritor ha experimentado al principio de su carrera en su propia carne. Pero José perseveró y perseveró en su idea hasta llegar a formular un difuso texto que explicaba las tragedias que pasaba una familia durante la Primera Guerra Mundial. Él era consciente de que realmente no había escrito una buena novela, pero quería presentársela, de hecho lo necesitaba, con todo el sudor que le había dedicado. Así empezaba una espera de un mes, que por un accidente casi termina con la relación de Carla y José.

Era un sábado por la mañana. José lo había dejado todo preparado la noche anterior: La reserva en el restaurante, los amigos de Carla que iban a venir por la tarde y, especialmente importante, un emplazamiento y una presentación adecuados para su libro. Asimismo, también había pensado en comprobarlo todo antes de que Carla se despertase, y por ende se había puesto una alarma en el móvil con auriculares. Cuando se despertó, sonrió para sus adentros y miró el magnífico perfil de Carla, tumbada a su lado. ¿Un momento, tumbada a su lado? ¡Carla no estaba! De un salto, José bajó el edredón. No había nada. Se fue al comedor. Ella no estaba en el sofá. Miró por toda la casa: Nada, Carla se había ido, como comprobó José (con lágrimas en los ojos) cuando vio que la alarma estaba desactivada. Angustiado, la llamó al teléfono, y unos segundos más tarde sintió un ruido que provenía del dormitorio. Era el móvil de Carla; se lo había dejado en casa.

Ya no sabía qué más hacer: Había llamado a la policía, había colgado carteles de "Desaparecida" por toda la ciudad y había llorado y se había desgañitado llorando. Como pudo, fue al bar de la esquina y comió medio bocata. El resto de la tarde lo pasó viendo la tele como un zombi, sin cambiar la cara de angustia que llevaba todo el día. Los amigos de Carla no iban a venir, como tampoco iban a ir al restaurante romántico José y Carla. De pronto, la puerta se abrió. Era Carla.


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