Parte 5

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-Carla, mira, sé que últimamente estoy un poco raro, pero ya verás cómo se me pasa; sólo tenemos que esperar un poco...-

-De acuerdo; confío en ti, cariño. Ahora olvidémoslo y pasemos una buena noche-. Carla y él habían ido a uno de los restaurantes más selectos de su ciudad para tener una cena romántica.

-Disculpe, camarero, mesa para dos, por favor-.

-Por supuesto, señor-. El hierático rostro del camarero le permitió al mismo ocultar un gesto de desconcierto al ver a José, con los ojos inyectados en sangre y una greñuda barba. El camarero condujo a la pareja a una mesa y los dejó solos. Pero lo que no vio José fue el momento en el que el camarero entró en la cocina y avisó a su jefe de la presencia de aquel extraño hombre.

Un rato más tarde, ya habiendo pedido, les llevaron los platos y empezaron a comer. José se sentía realizado, con todo lo que alguien podía tener: Estaba allí, admirando el bronceado de la piel de su esposa, sus cabellos y sus ojos marrones, sus pómulos sonrosados... Un momento. ¡Su pareja no tenía nada de eso! Su mujer tenía los ojos negros, la piel blanca a más no poder, sin nada de bronceado, era rubia y nunca se sonrosaba para nada. ¿Qué estaba ocurriendo?

-¿Carla, des de cuando tienes el cabello marrón?- José tenía miedo, y así lo reflejaba su tono de voz.

-No soy Carla. Soy Sara, y tú eres mi novio Martín- La inexpresividad en su tono de voz asustó aún más a José, quien se levantó de su silla poco a poco y se giró corriendo a la salida; cuando se volvió, Sara ya no estaba. Entonces se dio cuenta de que todo el mundo lo estaba mirando con cara de pocos amigos, así que tomó una decisión sensata; José le dio diez billetes de cincuenta al camarero y se fue con paso rápido.

Una vez de vuelta en su casa, José se encontró con Carla, que, por suerte para José, estaba de buen humor y no le recriminó el hecho de volver tan tarde (ella aún no sabía que había tenido una cita con el personaje de su imaginación... por suerte). Él lo atribuyó a un fallo de su GPS, que lo había tenido horas y horas divagando por las carreteras. Carla pareció creérselo, y se fueron a dormir.

En el día siguiente, Carla propuso a José ir de acampada para visitar ambientes distintos a los de sus rutinas. José aceptó de inmediato, por el hecho principal de que tenía los nervios destrozados de ver alucinaciones; quería sentir algo real. Así que, ocho horas más tarde, allí estaba la pareja, haciendo lo posible por encontrar un prado o cualquier lugar donde acampar. Al cabo de una hora conduciendo, se detuvieron en una zona que les pareció suficientemente agradable y bajaron del coche justo a tiempo para admirar una fantástica puesta de sol que teñía el cielo entero de una preciosa gama de rojos y violetas. José la cogió de la mano y, sin pensarlo, la besó. Fue un beso que, con gente a su alrededor, hubieran reprimido, ya que fue un beso con toda su pasión y amor. Carla se dejó llevar y respondió con los mismos sentimientos. Y así estuvieron, hasta que una infinidad de tiempo más tarde, ya con una sonrisa que no les abandonaría por horas, se separaron y comieron.

Carla le miraba a los ojos, José le miraba a los suyos. No les hacía falta palabras para comunicarse, ya que, como estaban experimentando, los ojos son el espejo del alma. Tristemente, fue este el motivo por el que Carla rompió el eterno silencio amoroso que los llevaba acompañando des del momento en el que bajaron del coche:

-¿José, te encuentras bien?-

-Mientras estemos juntos, yo estaré siempre genial- José aún no había captado el recelo en su gesto, y seguía con una expresión embobada de amor.

- Parece como si la hubieras visto otra vez.- El peso de esas palabras se cernió sobre él como un perro sobre un trozo de carne.

-¿Eh? ¿A quién te refieres? ¿A Sara? ¡Yo no he visto a esa tipa des de Dios sabrá cuánto tiempo!- El esfuerzo de José para ocultar la verdad fue en vano. Nada más pronunciar las primeras palabras, Carla notó su fallido intento de hacer cara de póker y fingir un tono indiferente.

-José, llevas seis páginas más de las que llevabas cuando te dije que pararas. No me estás haciendo caso, tienes una obsesión. Necesitas visitar a un especialista ahora mismo.

De repente, el teléfono de José empezó a sonar. Menos mal- pensó- así tengo más tiempo para buscar excusas. Con un gesto de la mano se excusó, y a continuación se retiró tras una mata de arbustos para no molestar a su esposa. Pero se quedó de piedra. Ya que la llamada provenía del teléfono de Carla.

And here's another chapter. The story is arriving to the end, there are only two (or three, depending on my inspiration) chapters missing, so if you want me to write something special, just comment!!

Tu MenteWhere stories live. Discover now