Capitulo 4 - Fruto de una borrachera

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En cuanto vieron a Raymer acercarse a mi sutilmente, con aquel porte galante, y el semblante apacible, manteniendo la postura con prudencia, mientras me hacia sentir que pese a todo conseguía apaciguar la rabia contenida, no pudieron evitar contemplar cierto alivio en mi rostro,  a lo que Ivette no soportó contemplar el brillo que comenzaba avivar lentamente en mi mirada a causa de lo que él conseguía con tal solo mezclar pocas palabras en una corta frase, que iba directamente a lo mas profundo de mis sensaciones, y en cuanto Raymer sostuvo cuidadosamente mi cabello con aquel gentil gesto, y posteriormente acarició mi oído en forma de palabras, Ivette introdujo sus dedos en la boca con un gemido haciéndonos ver que le producíamos nauseas. Pero nada iba a estropear este momento por muy corto que fuera, necesitaba saborearlo lentamente.

-Apártate de él ahora mismo ¡Te lo ordeno!, si no lo haces olvídate de que soy tu madre, no permitiré que tus malas decisiones salpiquen en la reputación de tus hermanas, y menos ahora- Dijo mordazmente mientras se apresuraba hacia mí señalándome con el dedo.

 Sólo me estaba dedicando unas palabras reconfortantes en el oído, pero Raymer se vio obligado a mantener las distancias. Era demasiado cortés como para saber que debía hacerlo y mantenerse al margen como hizo hasta el momento, el ambiente se volvía cada vez mas tenso, y realmente empecé a dudar de cual cosa las enfurecía más si era el hecho de vernos tan cerca el uno del otro con plena complicidad, o el hecho de ver a Raymer tan apaciguado, y que en ningún momento interfiriera para defender su postura, puede que no estuvieran acostumbradas a tratar a alguien de forma tan incisiva y no recibir respuesta alguna, parecía ser que esto las enfurecía aun mas.

Comencé a sentir presión en el pecho al recibir aquellas palabras que se clavaban como espinas en mi costado, el ritmo de mi respiración se volvió cada vez mas agitada, pero debía seguir firme en mi postura, no tenia lugar aquello que me estaban haciendo, acaso mi madre no recordaba cuando ella era tan solo la doncella de mi difunta abuela, mi padre, Robert enloqueció al verla, y desde entonces a movido cielo y tierra para que nadie los separara aun en contra de sus padres, aquellos recuerdos vinieron a mi, así que más que nadie ella debía apoyarme, por que un tiempo atrás un día estuvo en lugar de Raymer, y era de hecho la que más lo estaba humillando.

En ese momento sin darnos cuenta Robert se aproximó oyendo parte de la conversación, le miré con nostalgia y ternura, y al ver las lágrimas en mi rostro palidecido, no pudo evitar precipitarse hacia mí y me regaló un abrazo tan reconfortante que me supo a gloria, fue sin duda el mejor que recibí  jamás y en un intento de imitar a Raymer sujeto mi cabello y en el lado opuesto a él, me susurró tiernamente:

"Pese a todo siempre seras mi pequeña golondrina"

 En este momento, no pude evitar derramar aún más lagrimas por las emociones que anidaban dentro de mi, pero a la vez sentí un profundo alivio, ese era el apodo que él usaba para mi desde que no era más que una pequeña niña, sin embargo una voz  desgarradora osó a poner fin a tal conmovedor momento.

-¿Qué haces? ¿Acaso aplaudes tal descarado comportamiento?- Le reprochó mi madre, ella sabía como manipularle consiguiendo siempre o mayormente lo que quería aunque le hacia parecer a él lo contrario.

-He podido llegar a oír lo suficiente como para no aprobar el trato desmesurado que estáis teniendo, es cierto que cuando supe de este romance, fui demasiado duro con ella, pero es momento de tratar las cosas de otro modo- seguido agarró mi mano, y nos pidió que entráramos en casa para tratar el tema en un lugar mas apropiado.

Mi madre pidió hablar un momento en privado con mi padre, entramos al hall, al final  de él había una enorme sala de espera, un tanto ostentosa, y dos escaleras en forma circular que al final se unían en el mismo lugar, en el techo colgaba una lámpara con cientos de cristales en forma de diamantes, se dirigieron al despacho de mi padre, donde numerosas veces solía acudir a interrumpirle en sus labores empresariales cuando necesitaba resolver algunas de las numerosas dudas que me abrumaban, siempre me atendió gustoso con una sonrisa, y los días que no acudía en su busca, él al acabar sus labores, venia a verme y me reprochaba en tono jocoso no haber ido para liberarle un rato de sus obligaciones que tan ocupado le tenían.

Dulce EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora