EL FIN DEL SUEÑO

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No tengo raíces, vientos huracanados han roto todo follaje y todo posible andar. Prefiero volar bien alto a estar atada a un solo árbol. Ya no más Isla, tierra o bandera, ligeros vientos me alzarán bien alto sobre aquella hoja y temblando danzaré con una melodía entonada por aquella luz que aún me espera, silenciosa, tranquila.
Atrás quedará un después que nunca espera. Aquella ola dará el salto que me ha de hacer respirar en el tiempo a aquel diminuto e infinito punto donde se encuentra la verdad, aquella que no conocemos aún pero que una niña de largas trenzas nos recuerda en su jocoso andar y con una tierna mirada, cuán lejos estamos. Un libro rojo ha sido sustituido por uno azul, así como los ojos de aquella nińa negra. Negra ha sido su piel que en sus intentos de hacernos recordar, se frustra y sin conseguir el propósito huye lejos al otro lado de la mar, ahí donde se han abierto las puertas de la tierra árida pero que me ha hecho descubrir el petalo de un marpacifico que viene y va en un hilo de pensamiento, así como el marabarista que desde que te conoció no ha dejado de mirar hacia el frente para sentirse en un barco sin temor a ser conquistado por algunos de aquellos piratas que van de costa a costa, de bandera a bandera, de mar en mar.
La mar, dulce refugio para aquellos que no pueden caminar, sus brazos son fortalecidos por angeles que desgarrando sus alas, comparten sus plumas para que aquellos puedan como ellos volar.
La escalera de los que vuelan está puesta en vertical para aquellos que no se apegan a paños rojos, azules y blancos puedan alcanzar el punto focal de una efímera estrella blanca que ondea sin cesar por aires húmedos llenos de gotas traslúcidas, todas juntas emanando un peculiar sonido, sonido de tejas rotas, roídas y caídas por cierto descuido al transitar. A lo lejos, quel perro que con ansias y mirada tierna nos indica cómo debemos actuar.

EL DESENCUENTRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora