Comienza diciembre.

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"—¡Buenos días Nueva York! Nos levantamos con el cielo mayormente despejado, hay alguna que otra nube pero no hay de qué preocuparse a lo largo de la mañana el sol estará dando de lleno y hablando de dar de lleno el partido...—"

—¡Cállate!—

Estiro del clave de Alexa para desenchufarla. Me tapo la cara con un cojín.

—¡Mierda todo!—

Tengo una resaca de cojones.
Me levanto de la cama y voy hacia la ventana a unos centímetros de mí.
Mi apartamento es enano, es como una habitación grande con todas las cosas a mano.

Abro la puñetera chirriante ventana que me hace tener el doble de dolor de cabeza y miro hacia enfrente antes de coger un cigarrillo.

—¡Feliz Navidad!—

Del susto tiro corriendo el cigarillo y le pongo la mejor sonrisa falsa que puedo ofrecer esta mañana.

—Aún no es navidad señora Donson. Acaba de empezar diciembre.—

—¿Qué más da? ¡Feliz Navidad Taylor! También se aproxima tu cumpleaños.—

—Ajam, gracias a Dios no me pedirán más el carnet al entrar en un bar.—

—¿Cómo dices?—

—¡Se le quema las galletas señora Donson!

—¡El horno! Pásate más tarde para conseguir algunas, estas muy pálida esta mañana Taylor y como te vuelva a ver con un cigarro se acabó con ayudarte con la colada.—Me dedica una sonrisa antes de marcharse a su cocina por sus maravillosas galletas por las cuales haría lo que fuera incluso no fumarme un cigarro esta mañana.

—Siempre es un placer escucharla.—Cierro mi ventana.

La señora Donson es una mujer encantadora de mediana edad que vive en el edificio de enfrente, es curioso no suelo llevarme con ningún vecino del mío pero sin embargo con la señora Donson conecté muy bien. Recuerdo perfectamente el primer día que nos conocimos, estaba llorando en mi ventana tras una semana independizada en mi apartamento y ese día había intentado poner una lavadora que se convirtió toda roja y cuando luego intenté hacerme un huevo frito que acabó escupiéndome aceite.

No sabía nada de la vida independiente, mi madre jamás me ha dejado ni tocar una olla, no he cocinado ni macarrones hasta que no me fui de mi casa. La señora Donson se convirtió en mi maestra sobre la vida adulta, me ayuda a saber pagar mis facturas, a no incendiar la cocina, a poner lavadoras, cuáles son los mejores productos de limpieza y muchas cosas más que tristemente no le tocaba a ella enseñármelas pero que se lo agradeceré toda la vida. Es como si fuera mi abuela aunque creo que a veces hace más de madre.

Odia que fume y venga pasada de alcohol, me tiene contada las botellas de vino. El día que la conocí no dudo ni un segundo en escucharme y en decirme que tuviera paciencia con las cosas y que un huevo no me estaba atacando sino que no podía echar medio litro de aceite en la sartén caliente y ese día charlamos de todo un poco y mis noches dejaron de ser un poco más tristes desde que ambas nos asomamos para contarnos lo que nos ha pasado en el día o como nos sentimos por estar ambas solas.
La señora Donson es viuda desde hace más de veinteaños cada domingo va a visitarle al cementerio para hablarle y decirle que no hay día que no le extraña, siempre va con unas flores azules ya que él la llamaba ¨cielo¨ cómo apodo cariñoso, una vez fui con ella y me describió como la nieta mujer que nunca pudieron tener y bueno también le cuenta que le daría más de un dolor de cabeza por todo lo que salgo de fiesta. Ese día lloré como nunca antes lo había hecho en mi vida.


Voy hacía el cuarto de baño y mientras camino me doy cuenta que no llevo pantalones y tengo una camisa rosa de mangas cortas puesta y estamos a menos cuatro grados.

Mentiras para Navidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora