All Too Well.

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Recuerdo muy bien la primera vez que salí con Yuri.

Él se estacionó a fuera de mi casa. Recientemente había sacado su permiso de conducir y sus padres le prestaban el auto familiar para ir a la plaza, a la escuela o lugares cercanos, así que lo vi bajar del auto desde la ventana de mi habitación, caminar hasta mi porche tras haber dado pequeños en la banqueta, nervioso -me imagino- y posteriormente tocar el timbre con seguridad.

Aquella tarde dejé mi largo cabello suelto con el flequillo sujeto por una horquilla, pues sabía que a Yuri le gustaba cuando lo llevaba de esa manera. Cuando estábamos juntos en la escuela le encantaba juguetear con algunos mechones, enrollarlos y desenrollarlos en sus delicados dedos. 

Y no me equivoqué, cuando abrí la puerta sonrió ampliamente haciendo que sus ojos rasgos se cerraran un poco. Esa sonrisa siempre me volvió loco, iluminaba hasta el peor de mis días.

—¿Listo? —dijo extendiendo su mano hacia mí y yo, sin dudar por ningún momento, la tomé.

—Más que nunca.

Abrigué mi pecho y parte de mi cuello con una bufanda negra, el clima en esa ocasión se encontraba realmente frío, no obstante, me protegería de aire gélido. 

Fuimos al cine, aunque realmente no recuerdo mucho de qué trató puesto que Yuri, en cuanto se apagaron las luces de la sala, me rodeó con su brazo, embriagándome con su característico olor a chocolate y su calor corporal. Fue inevitable para mí que recargase mi cabeza contra su hombro mientras jugueteaba con los dedos de su mano que se encontraba en su rodilla.

Él bajó su rostro para mirarme y, como era costumbre, me deslumbró su belleza. Sus negras cejas rectas. Sus ojos decididos con un brillo de picardía acompañados de abundantes pestañas, enfrente de ellos sus lentes de marco azul. Su cabello peinado hacia atrás, dándole un aspecto maduro y jodidamente atractivo. En sus labios bailaba una sonrisa traviesa.

Sus orbes no se despegaron de los míos.

Esa tarde, con algunas personas en la sala, escuchando en parte la batalla que se llevaba acabo en la cinta y con una charola de nachos en mi regazo, caí ante él.

Y él lo aprovechó.

Recuerdo muy bien la calidez de sus labios contra los míos. Había besado con anterioridad a algunas personas, sin embargo, nada se comparaba a la suave caricia que Yuri me dió esa tarde.

Sus labios se encontraban salados por las palomitas, lo cual me hizo sonreír contra ellos. Una de mis manos acunó su mejilla mientras una de las suyas se entrelazó en mi cabello justo en mi nuca, acercándome más a él.

A partir de ese momento estuvimos juntos, por las tardes, después del instituto íbamos a su casa. Sus padres trabajaban todo el día y su hermana no llegaba hasta muy tarde. Mis padres no se preocupaban pues la misma tarde que nos besamos por primera vez, Yuri prometió cuidarme.

—Jamás lastimaría a Vitya —aseguró lanzándome una mirada que me hizo sonrojar. En ella pude ver el cariño, el amor que sentía por mí para después volver su mirada castaña-rojiza a a mi padre—. Lo cuidaré y lo respetaré, es una promesa, señor Nikiforov.

Y todos le creímos.

Nos gustaba recostarnos en el piso de madera de su habitación, poníamos música y simplemente mirábamos el feo techo amarillo de Yuri. Siempre lo molestaba por ello, ¿quién en su sano juicio lo pintaba de ese color?

—El amarillo se asocia con la felicidad —dijo una vez, harto de que le molestase.

—¿Sabes con qué más se asocia? —inquirí mientras me acomodaba sobre su regazo. Él se sentó para quedar frente a mí y sus manos sobre mis caderas—. Con los celos —dejé un beso en su blanquecino cuello—. Con la envidia —besé su manzana de Adán, sonreí para mis adentros al sentirlo estremecerse—. Y lo peor de todo, ¡con algunas enfermedades!

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