Segunda parte: El debate

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T-10 horas

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T-10 horas.

Los ánimos caldeaban en el centro de mando.

Se había desatado un debate en el preciso momento en el que el presidente de la NASA comprendió lo sucedido. Su máscara de calma se había resquebrajado para dar paso a la incredulidad, pues una cantidad considerable de científicos se habían planteado responder el mensaje apenas se descubrió de dónde provenía, el planeta h.

—Es un rotundo no —empezó Rodion Nóvik—. No sabemos de qué se trata esto, podría simplemente ser alguna interferencia causada por la cercanía de un meteoro con alto magnetismo.

—Señor presidente, no hay forma de que un campo magnético sea capaz de alterar los monitores de esa manera, usted lo sabe bien —explicó Andrey Pávlov—. Se confirmó que la fuente es el planeta h. Si una civilización requiere ayuda que podemos proveer, ¿no es nuestra responsabilidad hacerlo?

El presidente de la NASA permaneció en un silencio que solo se atrevían a interrumpir los equipos de la sala, que ya volvían a operar con normalidad. La imperturbabilidad de Rodion Nóvik se desvanecía poco a poco, dejando entrever una ligera exaltación con algo más, algo que Miguel no tardó mucho en reconocer.

Miedo.

—Señor presidente, con todo respeto, usted no experimentó lo mismo que nosotros y, no sé mis compañeros, pero para mí ese ruido era un desesperado grito de auxilio. —Miguel dio un paso al frente y enfrentó, por primera vez en su estancia en La Flecha, a su jefe—. Era como el llanto de las extintas ballenas cuando enfrentaban el duelo. Si no socorremos al planeta h, otra civilización podría perecer.

—¿Y si se les acaba el combustible? ¿Qué tal si hay una guerra librándose? ¿Cómo, con solo cien personas, pretenden ayudar a un planeta completo?

—Es bastante posible que existan materiales comparables con los utilizados para elaborar combustible, señor, y en este grupo existen mentes excepcionales capaces de resolverlo —aseguró Andrey—. Contamos con la fuerza militar más extraordinaria de la Tierra, hombres y mujeres que darían la vida por la misión sin pensarlo, y las armas más avanzadas de la historia.

—Señor, esta es una misión de identificación y, por lo poco que sabemos del planeta en cuestión, podríamos estar perdiendo un potencial lugar habitable —comenzó la doctora Aglaia, siendo interrumpida por un golpe proveniente de la pantalla del Ansible.

—No —sentenció Rodion luego de golpear con un puño la superficie de su escritorio—. Seguirán con la misión como se había planeado y no quiero escuchar nada más al respecto.

La pantalla se volvió negra, el presidente había cortado la comunicación.

El silencio se esparció por la habitación queriendo desplazar al oxígeno del lugar. Era un silencio incómodo, denso, como si tratara de asfixiarlos a todos. Los veinte científicos no movían más que sus ojos, se miraban y se preguntaban qué procedía, pues era obvio que ninguno estaba de acuerdo con la orden que acababan de escuchar. Se entendían como solo quienes habían compartido cada día por tanto tiempo lograrían entenderse, con solo miradas fijas y silentes, miradas que penetraban la pared mental más gruesa de todas; la indecisión.

—Bueno, a pesar de las consecuencias que acarrearán esta resolución, creo que todos sabemos lo que procede —comentó Miguel, a lo que sus compañeros asintieron con determinación.

Estaba decidido, irían al planeta h.

Estaba decidido, irían al planeta h

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(In) AnsibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora