El alma soñó que se hallaba en los brazos de su madre y que era pequeña. Estaba justo en la época en la que más feliz había sido, sin preocupaciones, sin saber lo que era el dolor. Siempre había anhelado regresar a esa parte de su vida, como si no hubiera pasado el tiempo y cambiar las cosas que la llevaron a tomar esta terrible decisión, que la costó su libertad. Quizá la sombra tuviera razón o quizá no y solo fuese un fantasma de su pasado que viniese a atormentarla. Ella no podía saberlo, pero se concentró en ese recuerdo más que nunca. Su madre acariciando su pelo y ella tumbada en su regazo con un vestido verde y su pelo negro recogido en dos coletas negras sujetadas por un lazo rojo sangre. Recordaba cada detalle: el sofá rojo, donde había pasado tantas horas sentada viendo la tele; las cortinas marrones, donde se había escondido muchas veces; la tele antigua, donde había visto los dibujos animados que tanto la habían emocionado; la alfombra árabe, donde había jugado con sus juguetes y sus amigos; las puertas de aquella casa que eran de madera; el jardín tan grande y siempre tan desordenado; la cocina pequeña, donde su madre preparaba los bizcochos y los dulces más sabrosos del mundo; las habitaciones, donde habían tenido tantos sueños...
Todo eso recordaba el alma, mientras las lágrimas seguían cayendo. Se acordó de su hermana Lily, las peleas estúpidas que habían tenido, su largo pelo rubio siempre ondulado y suelto ondeando al viento, sus ojos verdes que parecía qe podían ver en lo más profundo de las almas...
Nunca supo cuanto de podía echar de menos a alguien hasta ese día, cuando entendió que no los volvería a ver más.
Al único al que no quiso recordar fue a su padre, aquel hombre no la había hecho ningún bien, nunca fue un gran padre y su rostro no expresaba ninguna clase de amor. El alma siempre se preguntó cómo su madre se pudo enamorar de alguien como él.
Pero ya daba igual, debía olvidarlo todo y empezar de nuevo.