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La noche había sido fría; pero el amanecer era cálido y húmedo. El capitán Mendoza despertó con una rara sensación en su cuerpo: se sentía más ligero, como si fuese a salir volando por los aires cual globo de fiesta. Tenía sueño. Había intentado contactar a su esposa durante toda la noche, sin conseguirlo; estaba realmente preocupado.

─Buen día, capitán ─saludó la mecánica voz de la nave dentro de su casco─. Estamos a quince, punto, siete grados en escala Celsius. Las comunicaciones con el campamento de la Luna están totalmente listas.

─¡Contáctame con ellos! ─dijo Mendoza colocándose las botas de uso rudo. En instantes se desplegó frente a su casco una pantalla holográfica que dejaba ver a un individuo pálido y ojeroso─. ¿Todo está bien por allá? ─preguntó el capitán con cierta preocupación.

─Sí, bien... ─dijo Tadeo, el astronauta colombiano que parecía no haber dormido en meses─. No hemos pasado una buena noche. Todos estamos un poco enfermos.

─¿Cómo?

─Una especie de gripa. La temperatura en la luna ha descendido radicalmente ─la señal fallaba─. Lo siento, capitán, nuestra antena tiene algunos errores, por eso está fallando la señal. Nos contactaremos más tarde ─y la imagen se fue.

El capitán salió de la carpa improvisada y vio como los demás astronautas recogían muestras de todo tipo de plantas extrañas.

─Vayamos hacia el bosque ─sugirió él. Seis hombres se ofrecieron a acompañarlo; llevaron consigo armas de grueso calibre, por si era necesario usarlas.

Juntos empezaron a caminar por el bosque, abriendo un sendero entre la vegetación viva. No les importó que algunas de esas plantas tuvieran insectos; todo lo iban quitando a su paso.

Siguieron caminando unos cuantos minutos antes de que un camino bien hecho apareciera frente a ellos, en medio del bosque. Los seis astronautas intercambiaron una mirada de curiosidad. ¿Quién lo había hecho?

─Capitán... ─la voz de Tadeo lo sorprendió ─. Hemos logrado recuperar la señal. En pocas horas podremos comunicarnos con la Tierra ─eso llenó de esperanza al capitán.

─¿Qué han descubierto hasta el momento? ─preguntó.

─Hemos contabilizado dos polos congelados y siete continentes.

─¡Excelente! La humanidad tendrá más espacio que en la Tierra para reproducirse a su antojo ─murmuró Mendoza con gracia.

─Capitán, ustedes se encuentran en un continente pequeño al que hemos bautizado como Colón. Pero hay algo más... ─dijo.

─¿Qué cosa?

─Encontramos rastros de lo que parecen ser ciudades. No son urbes gigantes como lo eran en la Tierra, parecen más bien centros ceremoniales.

─Un momento, ¿centros ceremoniales? ─preguntó Sue. En ese instante el capitán Mendoza se dio cuenta de que todos los astronautas estaban al tanto de la conversación, misma que se transmitía sincrónicamente en sus cascos─. ¿A qué te refieres?

─Sí, centros ceremoniales como los que encontraron los españoles en el siglo XV, cuando llegaron a América. Creemos que los hizo una raza inteligente.

─¡Que estúpida ironía! ─se burló el capitán Mendoza─. Ahora nosotros somos como Cristóbal Colón.

─Exacto... y ustedes se encuentran cerca de una de esas ciudades ─aquello tomó por sorpresa al capitán.

Los seis individuos se miraron absortos.

─Entonces hay vida inteligente en este lugar ─balbuceó Mendoza tomando su arma de fuego─ ¿Dónde se encuentra ese centro ceremonial?

─A menos de dos kilómetros al noreste.

─¿Y si de allí venían los lamentos? ─comentó Sue.

─Eso lo averiguaremos.

A X I SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora