Noches frías, abrazos calientes

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El sudor resbalaba por su frente  como un manantial en época de lluvias. Sus músculos aun estaban en seco y cada paso se sentía como la mordida de un animal rabioso.
Pero el rugido del grupo que le perseguía era aún mas intenso, obligándolo a correr por su vida.

Los insultos le resbalaban por la piel, pero las piedras no. Y cuando empezaron a lanzarlas se pregunto en que demonios se había metido.

Todavía recordaba las noches oscuras y solitarias. Aveces dispersadas por los abrazos calientes que Iwaizumi le daba en sus despedidas. Sintiéndose culpable por no poder acogerlo.

Su situación era inestable. Los padres de Tooru le habían rechazado completamente, obligándolo a dejar la casa y pasar las noches durmiendo en un banco de plaza. Oikawa era menor y no tenia voz ni palabra. Ya no mas secundaria, equipo de voley ni noches calientes con Iwa-chan.

A Hajime le prohibieron verlo. Le dieron la opción de fingir todo y quedarse con su cuarto. Pero el También se balanceaba en la cornisa, casi a punto de caer.

No fue una sorpresa cuando Oikawa se unió a una banda. Era un muchacho con grandes destrezas y pocas opciones.
Los odiaba y ellos le odiaban. Pero le compartieron su techo y el sus manos.
Iwaizumi siempre quiso saber que le obligaban a hacer, o porqué cada noche volvía con mas cicatrices. Tooru se juro no contarlo y su secreto quedo cellado permanentemente en la bruma.

Cada noche Hajime escapaba por la ventana, tratando de evitar el rechinar del marco y volviendo siempre antes de las cuatro de la mañana. Pero de alguna forma sabia que sus padres ya estaban enterados.
Agradecía su ignorancia, pero extrañaba los sentimientos. Extrañaba a su madre y a su padre. Extrañaba cenar con ellos.

Solían reunirse en los baños de una vieja plaza, casi abandonados por los niños pero extrañamente, no por la Municipalidad. Convirtiéndolo en un agradable lugar para estar.
En las cuatro horas que tenían, se dedicabana a acariciarse. De vez en cuando se robaban un dulce beso, entrelazado cálidos alientos y sonrojos primerizos. Les Gustaba susurrase al oído por horas, hundiéndose en ensoñaciónes de futuros imposibles y melancólicos. Donde caminaban de la mano, dormían en una cama caliente y se besaban a la luz del día.

En unas de esas noches los susurros de Tooru eran particularmente utópicos. Le contaba a Iwaizumi como le habían encomendado un trabajo fácil pero interesante: la entrega de una gran suma de dinero. A pesar de estar acompañado, seria un pequeño grupo. Tooru aseguraba que podría escapar velozmente y hacerse con el dinero. También comentaba la cercanía de su cumpleaños. Podría rentar un departamento, tomar un trabajo y salir de las calles. Si a Iwa-chan le parecía, también podía acompañarlo.

En sus luces de adolescencia parecía el plan perfecto. Hajime se esconderia y cuando Oikawa pasar le arrojaria el paquete, para después entregarse a la pandilla. Cuando estos descubrieran que tenía las  manos vacías, le dejarían ir.

Pero en ese momento de vida o muerte, Tooru se dio cuenta de la realidad. Lo que lo perseguía no eran sus compañeros callejeros, era una jauría de perros endemoñados, enardecidos por una suma de dinero mayor a la acordada. Paquete o no, Tooru era su presa y lo despellejarian si era necesario.

Oikawa se sintió levemente aliviado, había tomado una pronunciada curva que lo protegeria de las piedras durante un rato. Pero el daño ya estaba hecho. Su rodilla había sido alcanzada por un proyectil. Ya de por si débil, el hueso cedió provocando que Tooru se resbalara por un desnivel hacia un descampado. Rodó por un largo trecho hasta chocar con un grupo de malezas. Su cuerpo entero ardía en dolor. Una desesperación domino su alma. Pero todo se atenuo inmediatamente. Un par de piedras le habían provocado fuertes contusiones en la cabeza dejándolo inconciente.

Despertó un día después en el hospital. Iwaizumi estaba desparramado sobre su camilla y pudo sentir un material duro que entablillaba su rodilla. Pero a pesar del creciente dolor observó con una sonrisa las muletas apoyadas contra la silla, en la cual descansaba un grueso paquete gris.
Después de todo habían ganado

Después de todo habían ganado

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